Durante la
década de los 60, debido a la caída de ventas que estaba sufriendo la hasta
hacía poco muy rentable industria del paperback
y al éxito cosechado por Ian Fleming con las novelas de James Bond, fueron
varios los autores que, tras haberse especializado en el género negro durante
las décadas precedentes, y tratando ahora de adaptarse a las nuevas demandas
del mercado, probarían suerte en el thriller
de acción y espionaje con la creación de un personaje serializable. Así, por
ejemplo, Don Tracy introducía ya en su novela Deadly to Bed (1960), al sargento-jefe Gif Speer, quien
protagonizaría otros nueve libros, cerrando el ciclo en 1976 con High, Wide and Ransom. Bill S.
Ballinger, también un apreciado especialista de la serie negra, lo intentaría
en 1965 con el agente Joaquin Hawks, que a partir de The Spy in the Jungle, y en solo un par de años, protagonizaría
cinco novelas. Otros llegarían más tarde a la moda, caso de Gil Brewer, que actuando
aquí como negro literario del soldado israelí Harry Arvay, redactaría entre
1975 y 1976 cinco de las aventuras del espía Max Roth.
Ninguno de
estos personajes alcanzaría una popularidad siquiera lejanamente comparable a
la del espía de Ian Fleming (1), y la mayoría han pasado hoy al olvido,
convertidos en material de rastreo para estudiosos de la narrativa popular. Eso
no significa, no obstante, que no existan casos dignos de ser rescatados y
destacados, bien por su calidad, bien por lo original de su propuesta. Y uno de
estos casos lo representaría sin duda el ciclo de cuatro novelas protagonizadas
por Mark Girland, el espía independiente creado por James Hadley Chase que
aparecería por primera vez en la novela Va
en serio (This is for Real,
1965).