El
de las series de televisión es un medio que ha evolucionado en gran
medida a lo largo de su historia gracias a obras de temática
criminal. Desde la seminal Telecrime estrenada en 1938, primer
whodunit televisivo, hasta las actuales series policíacas, la
mayor parte de las obras que han realizado aportaciones fundamentales
para el desarrollo de la narración serial televisiva y han ayudado a
que el medio alcanzara su madurez han estado relacionadas con el
género. En 1963, por ejemplo, El fugitivo (The Fugitive,
1963-1967), creada por Roy Huggins, era la primera serie que ponía
el peso de la narración en el arco argumental a largo plazo,
combinándolo con las tramas autoconclusivas de cada episodio, y que
introducía la estructura en cinco unidades dramáticas, la cual
aseguraba un punto de giro antes de cada corte publicitario para que
el interés del espectador no decayera durante los anuncios. Más
tarde, el programador Fred Silverman y el guionista Steven Bochco
irían mucho más lejos con Canción triste de Hill Street
(Hill Street Blues, 1981-1987), en su búsqueda de una ficción
policial en la que “los personajes y su vida personal fueran más
importante que el género en sí mismo”, y estableciendo un modelo
coral y de múltiples arcos argumentales que todavía siguen muchas
series actuales, y que, unido a la estructura de cinco actos que
había introducido El fugitivo, constituye “el fundamento de
la serie moderna” (de la torre 2016:341).
El
cambio definitivo de paradigma, como ya es sabido, no llegaría hasta
Los Soprano (The Sopranos, 1999-2007), piedra angular
de la ficción televisiva contemporánea. La creación de David Chase
fue la serie que terminó de sacar al medio de su ostracismo cultural
y que obtuvo para él la atención y la alta valoración crítica de
la que goza hoy en día. Pero ya antes habían existido precedentes
que demostraban que el cambio se estaba gestando.