Cuando la
editorial St. Martin's publicó Good-Bye,
Chicago (Good-Bye, Chicago, 1928 -
End of an Era, 1981) habían pasado más de doce años desde la última vez que
un libro de William Riley Burnett llegase a los estantes de las librerías. El
autor todavía se hallaba luchando por ver editada una obra escrita
anteriormente y titulada The City People,
la cual, tal como él mismo explicaría, le había costado un considerable
esfuerzo, dada su ya avanzada edad. La novela consistía, en palabras de
Burnett, en “una serie de historias cortas, treinta de ellas, que retratan toda
una ciudad. Aparecen todas las capas de la sociedad, desde el vagabundo al
multimillonario” (1).
Tal
descripción hace pensar automáticamente en dos clásicos de la narrativa estadounidense:
el fundamental Winesburg, Ohio (1919),
de Sherwood Anderson, y el no menos importante Manhattan Transfer (1925), de John Dos Passos. Ambas novelas
ejercían una notable influencia en el panorama literario norteamericano justo
en la época en que Burnett se formaba como escritor (2). Esto podría hacer
pensar que, de algún modo, el autor estuviese volviendo en el tiempo a su
primera etapa, al tipo de narrativa que le había influido y que le había
empujado a usar la máquina de escribir.
Lamentablemente,
The City People nunca sería
publicada, de manera que no podemos comprobar hasta qué punto la novela se habría
acercado a dichos referentes. Pero lo que sí podemos constatar es que Good-Bye, Chicago supuso para el autor,
en la recta final de su vida (moriría un año más tarde), tanto un regreso a los
espacios vitales de sus inicios como un repaso a los temas que habían marcado
gran parte de su carrera. Como señalara Javier Coma en el prólogo a la edición
de la editorial Noguer, en la novela se detecta “un cierto ánimo de
recopilación testamentaria” (Coma 1981[1986]:11).