Desde
finales de los años treinta y durante las dos décadas sucesivas,
Raymond Chandler estableció un modelo para la narrativa detectivesca
que en determinados aspectos se diferenciaba del patrón marcado
anteriormente por Dashiell Hammett. Las novelas de Chandler se
caracterizaban por albergar una profunda carga romántica hasta
entonces poco habitual en el género. Utilizando la voz en primera
persona de su protagonista, el detective Philip Marlowe, Chandler
consiguió teñir su prosa de lo que él denominaría “la
controlada emoción semipoética” (citado en MacShane 1976:115). No
es de extrañar que su biógrafo, Frank McShane, escribiese sobre él
que “Como principal exponente de la escuela del “hombre duro”
en los relatos de misterio, Chandler era también un poeta romántico”
(McShane 1976:13). Lo cierto es que, muchos años antes de empezar a
trabajar para las revistas populares de temática criminal, el autor
había iniciado su carrera literaria como poeta.
Nacido
en Chicago, el 23 de julio de 1888, Chandler tenía solo siete años
cuando sus padres se divorciaron y su madre embarcó con él hacia
Inglaterra para instalarse en la casa que su familia tenía en Upper
Norwood, suburbio del sur de Londres. Más tarde, en 1900, se
trasladarían a Dulwich, donde el futuro escritor podría asistir al
reputado instituto público de la localidad. Dulwich aportó a
Chandler una formación y un conocimiento de los clásicos que él
mismo consideraría posteriormente como de suma importancia para su
trabajo. Ante las dudas acerca de si esta clase de formación era la
más adecuada para escribir novelas en un puro idioma vernáculo, el
autor argumentaría:
“Una educación clásica te salva del engaño de la presunción,
que es lo que le sobra a la narrativa actual. […] Si yo no hubiera
estudiado latín y griego, dudo que supiera trazar tan bien la línea
divisoria entre lo que llamo estilo vernáculo y lo que calificaría
de estilo iletrado” (citado en MacShane 1976:26-27).