“¿Has
oído hablar de un tío llamado Jim Thompson?”, preguntó Stanley
Kubrick a su productor, James B. Harris. “Es un autor magnífico y
ha escrito algunas cosas que me encantan” (citado en Polito
1995:393).
Corría
el año 1955. Kubrick y Harris se habían hecho con los derechos de
la novela Atraco perfecto (Clean Break, 1955), de
Lionel White, y necesitaban a alguien que escribiese su adaptación
para la gran pantalla. De Jim Thompson, Kubrick admiraba en
particular El asesino dentro de mí, que tiempo atrás había
incluso pensado en llevar al cine, idea que finalmente descartó ante
la sospecha de que ningún estudio se atrevería a financiarla.
Cuando Kubrick y Harris descubrieron que el escritor vivía entonces
cerca de Nueva York, en la localidad de Sunnyside, decidieron ponerse
en contacto con él y ofrecerle la posibilidad de trabajar en el
guion de Atraco perfecto.
Para
Thompson, la oferta no podía llegar en mejor momento. Atravesaba uno
de los peores periodos de su vida, tanto personal como
profesionalmente. Tiempo antes había visto cancelada su relación
con Lion Books, la editorial que hiciera posibles los dos años y
medio más fértiles de su carrera (entre 1952 y 1954, en los que
había llegado a publicar un total de catorce libros), y no lograba
que ningún otro sello aceptase sus trabajos. Hundido en
intermitentes depresiones, tentado por el alcoholismo siempre al
acecho en su vida y acuciado por graves problemas económicos, había
tenido que aceptar un empleo como corrector en un periódico local.
Es lógico que el encargo de Kubrick, aparte de rescatar su situación
financiera, lo colmase de entusiasmo y lo impulsase a tratar de dar
lo mejor de sí. Sin embargo, no todo iba a ser perfecto en su
relación profesional con el incipiente cineasta.
La
personalidad de ambos artistas ya de por sí contrastaba bastante.
Proveniente de la América rural y tradicional, Thompson, a
diferencia de lo que sus novelas pudiesen hacer creer, era un hombre
tímido e introvertido, respetuoso de las normas, a quien todo el
mundo tenía por una persona amable. Kubrick personificaba en cierto
modo el estereotipo del artista moderno neoyorquino, vivaz, nervioso
y extravagante. En palabras del biógrafo de Kubrick: “Thompson
difícilmente hubiera podido contrastar más con el atildado Harris y
el desastrado Kubrick. Era un hombre de Nebraska, alto y lúgubre”
(Baxter 1996:72). Sharon Thompson, hija del escritor, contaría cómo
eran los encuentros de los dos autores en Sunnyside cuando Kubrick
acudía desde la gran ciudad para discutir aspectos del guion:
“Stanley se presentaba en nuestra casa y nos volvía locos. Era un
beatnik antes de que los beatniks apareciesen. Llevaba el pelo largo
y vestía ropas raras. Si iban a un buen restaurante, mi padre se
ponía a pensar: ‘¡Oh, Dios mío, no van a dejar entrar a
Stanley!’ Y se preocupaba de veras. Mi padre era refinado en muchos
aspectos. Y si en ciertos restaurantes querían que llevases una
corbata, pues te ponías una corbata” (citado en Polito 1995:394).
Thompson
se trasladó a un hotel de Nueva York, y en la oficina que Kubrick
tenía en la calle 57 oeste, ambos comenzaron a perfilar el
tratamiento del guion. Después, Jim trabajaría solo e iría
llevando al director las escenas según estuviesen terminadas.
Kubrick y Harris habían sabido ver desde el principio que el mayor
atractivo de la novela de White estaba en su original estructura, que
empleaba la técnica de Rashomon para volver a contar el mismo suceso
desde distintos puntos de vista. Convencidos de que la fuerza del
filme estaría precisamente en mantener dicha estructura, la habían
defendido ante las productoras que trataban de imponerles el uso de
una narrativa clásica lineal. Ciñéndose a esa base, Kubrick fue
explicando a Thompson lo que quería para cada secuencia y el
escritor fue aportando una visión de los personajes y una calidad en
los diálogos que superaban en cierto modo el material de partida al
tiempo que lo hacían adecuado para funcionar en la pantalla.
Todo
buen conocedor de la obra de Thompson puede reconocer su voz en las
escenas de Atraco perfecto casi con tanta claridad como todo
conocedor de Raymond Chandler reconoce su voz en las de Perdición
(Double Indemnity, Billy Wilder, 1944). Respetando en su
sustrato el libro de White, Thompson amplió aquellos aspectos que
más conectaban con sus intereses, como la tortuosa relación
matrimonial de George y Sherry Peatty. Y de igual modo, llenó los
diálogos de matices que hacían alusión inequívoca a su propio
universo narrativo. Incluso se permitió poner en boca de un
personaje, el del policía Randy Kennan (interpretado por Ted de
Corsia) la frase que había convertido en su sentencia habitual
durante su último y fatídico año y medio: “What’s the use of
Kicking?”.
Entre
las modificaciones que el guion hizo con respecto al libro, la mayor
fue la del final. Mientras que en la novela de White, el personaje de
George aparece en el aeropuerto de Laguardia para disparar al
protagonista, Johnny Clay, el filme elimina antes a George (Elisha
Cook Jr.) para acabar con Johnny (Sterling Hayden) en la famosa
escena en la que entra en juego la absurda fatalidad del destino y la
maleta que contiene el botín del atraco cae accidentalmente al
suelo, abriéndose y dejando que el viento haga volar los billetes
como una bandada de pájaros a la fuga.
El
guion sería titulado en un principio Day of Violence, más
tarde Bed of Fear, y finalmente The Killing. Al tiempo
que comenzó a rodarse el filme, James B. Harris contrató a Thompson
para que les escribiese una novela corta que más tarde pudiesen
adaptar también a la pantalla. La razón, según explicaría Harris
más adelante, era la de hacer que el escritor devolviese con su
trabajo el préstamo de 1000 dólares que él y Kubrick le habían
hecho para ayudarle superar sus apuros financieros. También añadiría
que, sabiendo que el trabajo de Thompson era tan fantástico, al
final iban a salir beneficiados de todas formas.
La
historia que Thompson escribió para Harris se titulaba Lunatic at
Large, y trataba sobre la relación entre un soldado
norteamericano y una mujer psicopática de tendencias homicidas.
Lunatic at Large terminó convirtiéndose en una leyenda para
los amantes de la obra de Thompson, ya que su manuscrito se perdió y
jamás fue recuperado. Como el mismo Harris explicaría lleno de
remordimiento, Thompson les había entregado la única copia al
terminarla y Kubrick y él la habían perdido. Cuando en la década
de los 60, siendo evidente que el tándem de director y productor
jamás llevaría la historia al cine, Thompson se puso en contacto
con ellos para pedirles la devolución el trabajo, que pensaba
alargar y convertir en una novela, tuvieron que confesarle que su
obra había simplemente desaparecido. Ya en 1992, aparecerían solo
tres de las setenta y seis páginas mecanografiadas que habían
compuesto el original.
Para
entonces, la pérdida del manuscrito ya no era la primera mala
experiencia que Thompson obtenía de su relación con el cineasta.
Cuando el escritor vio por primera vez Atraco perfecto en una
sala de proyección de Manhattan, recibió una desagradable sorpresa
en los créditos iniciales. El título rezaba: “Guion de Stanley
Kubrick con diálogos adicionales de Jim Thompson”. En palabras de
su hija Sharon: “Hubo rayos y truenos cuando volvió a ver a
Stanley. No podía creer que le hubiese estafado robándole el
crédito” (citado en Polito 1995: 399). Harris apoyó a Kubrick,
alegando que este había organizado la base del guion y establecido
lo que buscaba para cada escena mientras que Jim había sido
requerido exclusivamente por sus diálogos. El cineasta, por su
parte, se negó a defenderse. Otras personas implicadas en el
proyecto se mostraron más proclives a dar la razón a Thompson. El
agente Robert Goldfard llegó a explicar que Kubrick, siendo un autor
tan intenso y visionario, internalizaba de tal manera las ideas y
sugerencias que recibía de otros colaboradores que terminaba
convenciéndose a sí mismo de que eran propias. Lo cierto es que
Kubrick volvería a tener problemas del mismo tipo con otros
individuos a lo largo de su carrera.
En
cualquier caso, Thompson jamás olvidó la mala jugada que a su
parecer el cineasta le había hecho, y estuvo contándola y vertiendo
su indignación al respecto con todos y cada uno de sus allegados y
conocidos hasta el día de su muerte. Existe cierta duda con respecto
a si el sindicato de guionistas ejerció de mediador en el asunto o
si finalmente se solucionó de manera privada entre ellos; lo que el
parecer está bastante claro es que Thompson logró que su nombre
apareciese por fin bajo el mismo crédito que el de Kubrick a cambio
de algo: acceder a trabajar también en el guion del siguiente filme
del director, Senderos de gloria (Paths of Glory,
1957). En este caso, la cuestión del título de crédito vendría
especificada de antemano en el contrato, aunque no por ello el
proyecto dejaría de aportar nuevas decepciones y sinsabores al
escritor.