
Uno
de los pasajes más estremecedores de
Jack’s Return Home no
consiste en una muerte ni en una escena de violencia, que las hay y
en abundancia, sino en el momento en que Jack Carter rememora su
experiencia sexual con la que estaba a punto de ser la esposa de su
hermano: “Todo se había acabado en cinco minutos. Nos echamos
sobre la alfombra y al minuto de metérsela me había corrido. Y al
minuto de haberme corrido había empezado a sentirme jodidamente mal”
(Trad. del A.). Al leer esto, sabemos que Jack nunca ha dejado de
sentirse jodidamente mal. Y sabemos que ese sentirse jodidamente mal
es en gran medida lo que lo define como personaje.
Ted
Lewis tenía apenas 30 años en 1970, cuando publicó la que es sin
duda una de las mejores novelas de la historia
del género negro. Cinco años antes se había estrenado con una obra
de inspiración autobiográfica, All the Way Home and All the
Night Through. Considerado bastante unánimemente como un primer
paso prometedor pero inmaduro, el libro había pasado sin pena ni
gloria por el mercado editorial. Frustrado y dispuesto a convertir su
segundo esfuerzo en un éxito de ventas, Lewis había echado mano de
su vieja pasión por los films policíacos de serie B y de su
conocimiento del mundo del hampa londinense para elaborar un libro
que vertiera lo que él necesitaba contar en un molde de narrativa
popular capaz de atraer a un buen número de lectores. Y precisamente
así, alcanzó su madurez como autor. No era algo nuevo en la novela
negra; Jim Thompson o David Goodis, por mencionar dos ejemplos
particularmente conocidos, habían pasado más o menos por la misma
experiencia, al no obtener demasiada fortuna con su primerizas
novelas autobiográficas y acabar alcanzando mejores resultados,
tanto artísticos como comerciales, al combinar los códigos del
género con sus propias obsesiones personales. Es en parte esta
combinación la responsable de convertir las obras de dichos autores
en algo único. Y desde luego, resulta fundamental para que Jack’s
Return Home (Get Carter, o simplemente Carter, en ediciones posteriores; Asesino
implacable en su única traducción al castellano) sea la gran
novela que algunos no nos cansamos de ensalzar y reivindicar.

Resumamos
lo que hoy en día puede parecer incluso un argumento extremadamente
tópico. Después de haber recibido la noticia del fallecimiento de
su hermano Frank, Jack Carter viaja a su ciudad natal en el norte de
Inglaterra para descubrir qué ha sucedido realmente, convencido de
que Frank ha sido asesinado y de que el supuesto accidente de tráfico
en el que ha muerto no es más que un montaje para engañarlos a la
policía y a él. Atrás deja a los dos mafiosos para los que trabaja
en Londres y a su amante, Audrey, novia de uno de estos para más
señas, con la que planea fugarse pronto a Sudáfrica abandonándolo
todo. Al tiempo que visita a viejos conocidos y molesta a diversos
personajes del crimen organizado local, Jack rememora su adolescencia
y juventud. De este modo, va descubriendo al lector la compleja
relación que mantuvo con su hermano y el hecho de que quizás él
mismo no es más inocente que los tipos a los que quiere dar caza.
Existe de hecho un paralelismo claro entre el motivo que llevó a
Frank a no querer volver a saber nada de Jack (el descubrimiento de
que Jack se había acostado con su prometida y de que podía ser, de
hecho, el padre de su hija Doreen) y el incidente que ha propiciado
su muerte.