
Ted
Lewis tenía apenas 30 años en 1970, cuando publicó la que es sin
duda una de las mejores novelas de la historia
del género negro. Cinco años antes se había estrenado con una obra
de inspiración autobiográfica, All the Way Home and All the
Night Through. Considerado bastante unánimemente como un primer
paso prometedor pero inmaduro, el libro había pasado sin pena ni
gloria por el mercado editorial. Frustrado y dispuesto a convertir su
segundo esfuerzo en un éxito de ventas, Lewis había echado mano de
su vieja pasión por los films policíacos de serie B y de su
conocimiento del mundo del hampa londinense para elaborar un libro
que vertiera lo que él necesitaba contar en un molde de narrativa
popular capaz de atraer a un buen número de lectores. Y precisamente
así, alcanzó su madurez como autor. No era algo nuevo en la novela
negra; Jim Thompson o David Goodis, por mencionar dos ejemplos
particularmente conocidos, habían pasado más o menos por la misma
experiencia, al no obtener demasiada fortuna con su primerizas
novelas autobiográficas y acabar alcanzando mejores resultados,
tanto artísticos como comerciales, al combinar los códigos del
género con sus propias obsesiones personales. Es en parte esta
combinación la responsable de convertir las obras de dichos autores
en algo único. Y desde luego, resulta fundamental para que Jack’s
Return Home (Get Carter, o simplemente Carter, en ediciones posteriores; Asesino
implacable en su única traducción al castellano) sea la gran
novela que algunos no nos cansamos de ensalzar y reivindicar.

Se
podría asegurar sin exagerar demasiado que la venganza ha tenido una
presencia predominante en la historia de la cultura popular inglesa.
Desde los célebres Revenge Plays isabelinos, y quizás antes
si tenemos en cuenta que ya está incluso en el Beowulf,
parece haber sido un tema bastante querido por el publico británico.
Si hay un componente esencial que conecta Jack’s Return Home
con aquellas obras teatrales y que distingue el tratamiento británico
de la venganza de aquel que se le ha dado en otras culturas como la
norteamericana, donde el western habitualmente la revistió de la
categoría de proceso de formación o de superación personal, no es
sólo su procedencia geográfica sino una determinada visión de la
venganza como proceso autodestructivo que conduce al sujeto,
consciente de ello o no, a su propio fin tanto como al de aquellos
contra los que lucha. Bien sea por eso de que quien a hierro mata a
hierro muere, bien porque, en el fondo, se considera tan responsable
como sus enemigos de la desgracia que ha caído sobre él.

Como
muchos otros protagonistas del género, Jack es un personaje que
busca un último gesto que lo redima antes de saltar a una huída
imposible e idílica. Pero dista mucho de ser un mero conglomerado de
tópicos. Como ya se ha escrito en varias ocasiones, hay mucho de Ted
Lewis en Jack Carter, en la relación ambivalente con el entorno en
el que se desarrolló su adolescencia y en el conflicto interno que
lo tortura; aunque, como buen narrador hardboiled, se pase la
mayor parte del libro tratando de ocultárselo tanto a sí mismo como
al lector. En parte, Jack y Frank, los dos hermanos Carter en sus dos
extremos, también representan esta tensión. Lewis, al igual Jack,
pareció vivir siempre colgado del hilo de su primera juventud.
Muchos de los personajes de sus siguientes novelas (el chantajista de
Plender, el prisionero de Billy Rags…) estarían
igualmente condicionados y condenados por esta imposibilidad de
lidiar con las frustraciones y humillaciones del pasado. Lewis había
intentado sublimar demasiado pronto el propio historial en su primera
novela y volvería a hacerlo después, ya mucho más preparado, en la
maravillosa e incómoda The Rabbit. Pero al igual que sus
creaciones, no llegaría nunca a librarse del todo de la ominosa
sombra de los recuerdos.
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Ted Lewis |
Brian
Greene, el autor que más ha escrito sobre Lewis en internet, habla
del retrato que de él hacen sus viejos amigos y compañeros de
colegio. El de un chico que podía ser angelical y encantador pero
que se empeñaba obstinadamente en ser visto como un tipo duro. Habla
de un dark angel, cargado de rabia, atormentado por crueles
episodios de humillación (la bofetada del jefe de estudios que
provocó que se orinarse encima delante de toda la clase; utilizado
en The Rabbit) y empeñado en no revelar a nadie el mínimo
indicio de sufrimiento o debilidad. Indisoluble del Lewis rebelde y
atormentado estaba el adolescente de enorme sensibilidad artística,
el pianista de jazz, el alumno estrella de Henry Treece (1), el
precoz dibujante que pronto dejaría Barton upon Humber, su pequeña
ciudad, para ir a Londres, igual que Jack Carter, a labrarse un
futuro profesional.
Es
fácil ver a Jack como una proyección del macho alfa que al Lewis
adolescente le hubiese gustado ser. Del mismo modo que puede verse al
inseguro y hermético Frank como la visión realista que el autor
podía tener de sí mismo. El pasaje de la novela en que Jack narra
el episodio que comenzó a alejarlo de su hasta entonces inseparable
hermano resulta terriblemente revelador a este respecto. Ver cómo
Frank era humillado en público por el matón Albert Swift sin tratar
de defenderse le hizo despreciar a su hermano y querer convertirse en
lo opuesto a él. Le hizo querer, en definitiva, ser como Albert
Swift para no tener que soportar nunca ningún abuso por parte de
ningún Albert Swift.
Y lo
cierto es que lo ha conseguido. En su edad adulta (sabemos que tiene
como mínimo 38 años) nadie puede plantar cara a Jack Carter. A
cambio, descubrirá tarde que su sentimiento de culpa es un cáncer
ya demasiado arraigado.
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Edición en castellano de la novela |
Ted
Lewis, por su parte, consiguió ser un escritor excepcional. Jack’s
Return Home es, aparte de todo, una novela extremadamente bien
escrita y llena de aciertos. El autor consigue conservar toda la
sequedad del hardboiled más directo y objetivista aún
introduciendo los matices psicológicos y simbólicos que aportan al
libro un nuevo nivel. Sabe exactamente lo que debe contar y lo que
no. Explica muchas cosas, pero sin evidenciar aquellas que echarían
por tierra lo sugestivo de determinados detalles (el rol alegórico
de la escopeta al final), como hubiesen hecho otros escritores menos
hábiles y más preocupados por que el lector pudiese no apreciar la
genialidad de su estrategia retórica. Demuestra, en definitiva, un
absoluto control de sus recursos. A diferencia de muchos de sus
contemporáneos, y sobre todo de la mayoría de autores
norteamericanos que invadirían el género en el periodo posterior a
la era del paperback, Lewis es un autor claramente preocupado por el
estilo. Quizás porque aún es de los pocos que no han olvidado que
la tan comentada desde los años 20 ausencia de estilo solo alcanza
su auténtica eficacia cuando constituye un estilo en sí misma.
Como
ya señalara el escritor Ray Banks, una de las características que
hacen de Lewis un autor innovador es su manera de combinar rasgos de
la novela social británica de los años 50 con la actitud del
hardboiled norteamericano. Aporta a su universo de crimen y
violencia una atmósfera de sucia cotidianidad que lo vuelve
particularmente perturbador, y una de las razones por las que su
sordidez resulta tan molesta es que no parece exagerada en lo más
mínimo (2).
Jack’s
Return Home permitió a Ted Lewis disfrutar de una breve carrera
como escritor que abarcó los años 70 y comprendió siete novelas
más, dos de ellas protagonizadas por el mismo Jack Carter. Sus
problemas con la bebida y sus cada vez más frecuentes periodos de
depresión le hicieron descuidar la calidad durante la segunda mitad
de la década, dando como resultado sus dos obras más imperfectas y
desganadas (aunque en absoluto del todo despreciables), Boldt
(1976) y Jack Carter and the Mafia Pigeon (1977). A partir de
ahí, vino el declive. Se quedó sin el que hasta entonces había
sido su editor, Michael Joseph, y tuvo que resignarse a vivir en
Barton upon Humber con su madre, lejos de su exmujer y de sus dos
hijas.
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Ted Lewis |
Viendo
la manera en que terminó su vida, uno tiene la sensación de que
también debía de haber algo en el pasado de Lewis que le hiciera
sentirse “jodidamente mal” (“fucking awful” en el original,
“como la misma m…” en la pudorosa traducción de Matilde
Horne). Murió prematuramente a los 42 años (de vuelta en su ciudad
natal; otra vez, como Jack Carter), después de haber luchado contra
un alcoholismo que siempre terminaba ganando todas las batallas.
Aunque no se iría sin antes haber sacado fuerzas para una última
victoria. Si Carter había llegado al menos a cumplir con su
venganza, Lewis lograría escribir y ver publicada la que para muchos
es su obra maestra, GBH (1980), en la que de nuevo se
reflejaría a sí mismo en el proceso autodestructivo de un criminal
sumido en su propio infierno interior. Otra historia, en definitiva,
de alguien enfrentado a aquello que lo hace sentir jodidamente mal.
Jack
Carter había conseguido ser aquello que se había propuesto. Podía
confiar en controlar cualquier situación, en estar siempre por
delante de cuantos matones quisieran echarle encima. Pero ese estar
jodidamente mal llevaba años royéndole las tripas y finalmente
acabaría con él. Se cobraría su venganza. Y entonces no habría
nada. Nada en absoluto.
Notas:
(1)
Novelista y poeta, antiguo compañero de universidad de Dylan Thomas,
Henry Treece trabajó como profesor de inglés en la Barton Grammar
School, donde Lewis realizó sus estudios de secundaria. Era conocido
por apoyar a los estudiantes que mostrasen dotes artísticas y por
ensañar a redactar haciendo que los alumnos analizasen pasajes de
Raymond Chandler.
(2)
Dentro de esta línea, resulta interesante comprobar cómo la primera
versión cinematográfica de Jack’s Return Home, titulada
Get Carter y dirigida por Mike Hodges en 1971, supo captar
toda la áspera textura del libro al combinar cierta estética tosca
y naturalista heredada de la tradición del free cinema con los modos
narrativos propios del noir de serie B. A pesar de su resonancia
inmediata en Inglaterra y de su actual estatus de film de culto, la
película de Hodges no tendría éxito en su momento en Estados
Unidos. Sin embargo, acabaría contando con dos remakes, el flojo
aunque curioso blacksploitation Hit Man, de George Armitage, y
el homónimo y prescindible Get Carter realizado en 2000 por
Stephen T. Kay.
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de interés:
Gracias por esta reseña, no conocía este autor. Ya entiendo de donde viene el otro Jack.
ResponderEliminarGracias a ti, Eloi. Ted Lewis es ciertamente un autor que vale la pena conocer.
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