sábado, 14 de enero de 2017

Raymond Chandler. El joven poeta romántico (2ª parte)


Veamos ahora otro poema del mismo año titulado The Quest.

The Quest

I sought among the trampling herds of men
That choke the cities of the cast and west.
The proudest mansion and the foulest den
I entered, seeking wisdom yet unguessed.
I searched them through unpausing, without rest,
Until the bricks and plaster of each wall
Became transparent at my thought's behest,
But still I could not hear the Master's call.

I wandered on the moorland and the fen,
I climbed the mountain to its silent crest,
I watched the robin redbreast and the wren
Choose out the leaves wherewith to build a nest.
I looked upon the plain by dawn caressed,
I saw its contours gaunt beneath night's pall.
All nature told her tale at my behest,
But still I could not hear the Master's call.

I thought to keep all knowledge in a pen,
All human hardship was to me a test,
There seemed naught undiscovered to my ken,
But that I sought I found nowhere expressed.
I left my learning for a maiden's breast,
I scorned my wisdom to become her thrall,
Blasphemed my task at her unspoke behest,
But still I could not hear the Master's call.

She spurned the love which all my soul possessed,
She threw it down and jested at its fall.
I laughed and turned to recommence my quest,
And in the laugh I heard the Master's call.

R. T. CHANDLER.
(Westminster Gazette, 2 de junio de 1909)


Este poema resulta atractivo porque conecta en gran medida con la filosofía de Marlowe y del detective privado en general. También aquí, el héroe debe rechazar el falso amor para cumplir con su destino. Igual que más tarde en la novela detectivesca, el protagonista del poema persigue desde el primer verso algo que se le escapa constantemente. En este caso se trata de la inspiración artística, “the Master’s call” (Chandler 1909b: 8). Después de una larga y frustrante trayectoria, el héroe parece descubrir una nueva posibilidad en “to keep all knowledge in a pen” (Chandler 1909b: 17). Pero también esta vía se revelará estéril, y cuando un amor se interponga en su camino, él abandonará toda búsqueda “to become her thrall” (Chandler 1909b: 22). La mujer se presentará entonces cruel y despectiva. El héroe superará el despecho, se alejará de ella y, solo después de esto, “in the laugh I heard the Master’s call” (Chandler 1909b: 28).
El tema es evidentemente el de Ulises y el canto de las sirenas. Un tema que, aplicado a la figura del artista, pasa en la tradición poética inglesa a través de Robert Browning y su obra dedicada a Andrea del Sarto. El protagonista de The Quest debe superar la prueba del atractivo conformismo para alcanzar la plenitud de su trabajo. Y del mismo modo, Marlowe tendrá que apartarse de las seductoras mujeres que constantemente, cual modernas sirenas, elevarán sus voces para desviarlo del camino hacia la verdad.
Otra variante de la misma idea la encontramos a continuación en When I Was a King.

When I Was King.
 
I see it in the smoke-land
After my daily bout
With the hard, old world of reason,--
I see my splendid rout,
The time I trod Valhalla
And chose my goddess out.

Yet 'twas not I who chose her,
A spirit took my part,
Lit up my vagrant fancies
With a gleam of heaven's art,
Led on my lost battalions
Cheered on my coward heart.

It was a thing of glory,
The temple that I wrought,
Though ev'ry column in it
With living hope was bought,--
A temple fit for Juno,
As even Juno thought.

She saw me as a Viking,
With strength no Viking had;
She saw me as a Bayard,
The sane among the mad.
She deemed it brave to fear me,
My coldness made her glad.

Scarce would she let me love her
Lest I forgo my crown,
And be no more a hero
To bend men with a frown.
(Methinks I was a hero
Who threw a hero down!)

So bit by bit I showed her
The wonders of the shrine,
The temple of my manhood
I reared to charm her eyne.
And then--ah, had I faltered
Nor blotted the design!

But no. Behind the altar
I pointed to a door,
And opened it, and waited,
Erect and calm as Thor.
Her worship fell to scorning,
And lifted nevermore.

Ev'n then, if I had grovelled,
Condemning my deceit,
Her white, majestic bosom
Mayhap to mine had beat.
But a fire of strength burned in me
With more than human heat.

For I am weak as water,
The might I made her see
Was breath of some far power
That willed to make me free,
A moment's king of heaven,
Too tall for one low plea.

'Tis gone, my painted temple,
Elysium of fraud;
But she, in her despising
Some other vessel Hawed,
May think of my Valhalla
And me, her broken god.

R. T. CHANDLER.
(Westminster Gazette, 9 de junio de 1909)

Aquí es la propia amada la que trata de evitar que el héroe se le entregue, consciente de que esto conllevará la pérdida automática de su poder: “Scarce would she let me love her Lest I forgo my crown” (Chandler 1909c: 25-26). Cuando a pesar de todo él termina sucumbiendo y alzando para hechizarla “The temple of my manhood” (Chandler 1909c: 33), es como si también él “faltered Nor blotted the design!” (Chandler 1909c: 35-36). Entonces, como en el poema anterior, “Her worship fell to scorning, And lifted nevermore” (Chandler 1909c: 41-42). Él se siente tentado de suplicar pero no lo hace, lo que en cierto modo le redime; aunque para ella ya se haya convertido en “her broken god” (Chandler 1909c: 60).
El único modo de conservar la masculinidad intacta parece ser para el autor el de aferrarse a la individualidad y no sucumbir al amor bajo ninguna circunstancia, otro rasgo que será muy importante en la constitución del detective privado. Puede que, a pesar de la distancia marcada en la forma, Chandler sí compartiese algo con su contemporáneo Eliot: su moralismo y su visión destructiva del sexo.
Otro aspecto que llama la atención en When I Was a King es su utilización de la primera persona del singular. Pero esto lo observaremos mejor en el siguiente poema.

The King.

The night doth cut with shadowy knife
In half the kingdom of the sun;
The red dawn meets with her in strife;--
Vassal of mine I hold each one.

The sailors chant beside the mast,
The tempest lash the riven foam,
But I, the King, am striding fast
Before the prow, to guide it home.

I am the lover wed to tears,
I am the cynic cold and sage,
I am the ghost of noble years,
I am the prophet lapp'd in rage.

I am the fane no longer trod
That moulders on the wild hill-brow;
I am the fresh and radiant god
To whom the young religions bow.
 
Perfection woo'd in many a guise
Is in my charge, a stabled beast;
The myriad moons look from my eyes;
The worlds unnam'd sit at my feast.

My glance is in the splendid noon,
The golden orchid blown of heat;
My brow is as the South lagoon,
And all the stars are at my feet.

The lost waves moan: I made their song.
The lost lands dream: I wove their trance.
The earth is old, and death is strong;
Stronger am I, the true Romance.

R. T. CHANDLER
(Westminster Gazette, 1 de marzo de 1912)

El “Yo” con el que nos topamos en estos versos, más que en el poema anterior, es un “Yo” fácilmente calificable como egocéntrico y prepotente. El autor compara la imagen del arte con la de un rey todopoderoso; alguien con todas las estrellas a sus pies, a quien las jóvenes religiones reverencian, capaz tanto de guiar a los marineros perdidos hasta su hogar como de guardar la perfección como si esta fuese “a stabled beast” (Chandler 1912: 18). Nada en el mundo parece estar por encima de este “true Romance” (Chandler 1912: 28).
Aunque sea el grueso de la tradición artística el protagonista del poema, no podemos evitar tener la sensación de que el propio autor se ve reflejado en él. Es cierto que al introducir al “Yo” narrador en un mundo fantástico está creando para el artista un alter-ego heroico en una realidad ficticia, al estilo de lo que hiciera Keats y de lo que él mismo hará en el futuro con Philip Marlowe, pero este del Chandler primerizo es un “Yo” demasiado pagado de sí mismo y de sus supuestos logros como para dejar entrar al lector. Esto es algo que quizás resultase natural y sintomático en alguien que, ya a una edad madura y con un conocimiento de sí mismo más profundo, describiría su propio carácter como “una desagradable mezcla de timidez externa y arrogancia interior” (citado en McShane 1976: 14). Estamos todavía muy lejos de la voz narrativa de las novelas de Marlowe, donde la primera persona le serviría no solo para conducir la acción sino también para proporcionar al lector un espejo en el que identificarse y desde el cual vivir la experiencia de la lectura.
El mismo año en que se publicaba The King, 1912, el autor pedía dinero prestado a su tío para volver a los Estados Unidos. De esta manera daba por finalizada no solamente su estancia en Inglaterra sino también su carrera como poeta. Tenía veintitrés años de edad y no volvería a publicar nada hasta más de dos décadas después.
En 1932 Chandler era ya un hombre maduro. Sus gustos literarios habían sufrido algunos cambios, y entre otras cosas “Apartó a un lado a James y a Saki y los sustituyó por Hemingway” (McShane 1976: 75). De sus viejos poemas de la Westminster Gazette diría que “la mayoría […] me parecen deplorables ahora” (citado en McShane 1976: 37), y las pretensiones con las que abordaría su nueva tarea literaria tampoco serían las mismas que había tenido de joven.
Habiendo sido despedido de su empleo de ejecutivo en una empresa petrolífera, Chandler contempló la posibilidad de vivir de la escritura. Estaba casado y necesitaba dinero, de modo que el trabajar para pulps como Black Mask o Dime Detective parecía una buena opción, como él mismo explicó: “Se me ocurrió de repente que tal vez podría escribir este género y ganar dinero mientras aprendía” (citado en McShane 1976: 76). Y en realidad así fue; el estilo adquirido progresivamente en los relatos que publicara en dichas revistas sería el que luego desarrollaría y perfeccionaría en sus novelas.
En aquel momento, escribir para los pulps de género policíaco suponía ajustarse al molde de escritura lacónica y sin ornamentos impuesta por Hammett y el resto de la escuela hard-boiled. Es posible que trabajar a partir de este molde, así como la influencia manifiesta de Hemingway, sirviera a Chandler para aprender a controlar su torrente emotivo. Poco a poco, podría ir introduciendo en su narrativa algunos viejos rasgos del poeta romántico; pero esta vez de una forma inteligente y dosificada, dando así lugar a su particular estilo único. Lo curioso del caso es que la originalidad de Chandler proviniese precisamente de su aspecto más tradicional y formalmente anticuado y de su capacidad para acoplarlo sin tensiones a las formas de la moderna narrativa norteamericana de entreguerras. Si el término de T.S. Eliot pudiese ser aplicado a un género popular, casi afirmaríamos que el género negro sirvió a Chandler de correlato objetivo. Lo que seguro podemos decir es que le permitió vehicular sus emociones de una manera más madura y menos exhibicionista.



Bibliografía:

MACSHANE, Frank, La vida de Raymond Chandler. 1976. Traducción: Pilar Giralt, 1977. Barcelona. Bruguera, S.A. 1977

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