The Quest
I sought among the
trampling herds of men
That choke the cities
of the cast and west.
The proudest mansion
and the foulest den
I entered, seeking
wisdom yet unguessed.
I searched them
through unpausing, without rest,
Until the bricks and
plaster of each wall
Became transparent at
my thought's behest,
But still I could not
hear the Master's call.
I wandered on the
moorland and the fen,
I climbed the mountain
to its silent crest,
I watched the robin
redbreast and the wren
Choose out the leaves
wherewith to build a nest.
I looked upon the
plain by dawn caressed,
I saw its contours
gaunt beneath night's pall.
All nature told her
tale at my behest,
I thought to keep all
knowledge in a pen,
All human hardship was
to me a test,
There seemed naught
undiscovered to my ken,
But that I sought I
found nowhere expressed.
I left my learning for
a maiden's breast,
I scorned my wisdom to
become her thrall,
Blasphemed my task at
her unspoke behest,
But still I could not
hear the Master's call.
She spurned the love
which all my soul possessed,
She threw it down and
jested at its fall.
I laughed and turned
to recommence my quest,
And in the laugh I
heard the Master's call.
R. T. CHANDLER.
Este poema
resulta atractivo porque conecta en gran medida con la filosofía de Marlowe y
del detective privado en general. También aquí, el héroe debe rechazar el falso
amor para cumplir con su destino. Igual que más tarde en la novela
detectivesca, el protagonista del poema persigue desde el primer verso algo que
se le escapa constantemente. En este caso se trata de la inspiración artística,
“the Master’s call” (Chandler 1909b: 8). Después de una larga y frustrante
trayectoria, el héroe parece descubrir una nueva posibilidad en “to keep all
knowledge in a pen” (Chandler 1909b: 17). Pero también esta vía se revelará
estéril, y cuando un amor se interponga en su camino, él abandonará toda
búsqueda “to become her thrall” (Chandler 1909b: 22). La mujer se presentará
entonces cruel y despectiva. El héroe superará el despecho, se alejará de ella
y, solo después de esto, “in the laugh I heard the Master’s call” (Chandler
1909b: 28).
El tema es
evidentemente el de Ulises y el canto de las sirenas. Un tema que, aplicado a
la figura del artista, pasa en la tradición poética inglesa a través de Robert
Browning y su obra dedicada a Andrea del Sarto. El protagonista de The Quest debe superar la prueba del
atractivo conformismo para alcanzar la plenitud de su trabajo. Y del mismo
modo, Marlowe tendrá que apartarse de las seductoras mujeres que
constantemente, cual modernas sirenas, elevarán sus voces para desviarlo del
camino hacia la verdad.
Otra variante
de la misma idea la encontramos a continuación en When I Was a King.
When I Was King.
I see it in the
smoke-land
After my daily bout
With the hard, old
world of reason,--
I see my splendid
rout,
The time I trod
Valhalla
And chose my goddess
out.
Yet 'twas not I who
chose her,
A spirit took my part,
Lit up my vagrant
fancies
With a gleam of
heaven's art,
Led on my lost
battalions
Cheered on my coward
heart.
It was a thing of
glory,
The temple that I
wrought,
Though ev'ry column in
it
A temple fit for Juno,
As even Juno thought.
She saw me as a
Viking,
With strength no
Viking had;
She saw me as a
Bayard,
The sane among the
mad.
She deemed it brave to
fear me,
My coldness made her
glad.
Scarce would she let
me love her
Lest I forgo my crown,
And be no more a hero
To bend men with a
frown.
(Methinks I was a hero
Who threw a hero
down!)
The wonders of the
shrine,
The temple of my
manhood
I reared to charm her
eyne.
And then--ah, had I
faltered
Nor blotted the design!
But no. Behind the
altar
I pointed to a door,
And opened it, and
waited,
Erect and calm as
Thor.
Her worship fell to
scorning,
And lifted nevermore.
Ev'n then, if I had
grovelled,
Condemning my deceit,
Her white, majestic
bosom
Mayhap to mine had
beat.
With more than human
heat.
For I am weak as
water,
The might I made her
see
Was breath of some far
power
That willed to make me
free,
A moment's king of
heaven,
Too tall for one low
plea.
'Tis gone, my painted
temple,
Elysium of fraud;
But she, in her
despising
Some other vessel
Hawed,
May think of my
Valhalla
And me, her broken
god.
R. T. CHANDLER.
(Westminster Gazette,
9 de junio de 1909)
Aquí es la
propia amada la que trata de evitar que el héroe se le entregue, consciente de
que esto conllevará la pérdida automática de su poder: “Scarce would she let me
love her Lest I forgo my crown” (Chandler 1909c: 25-26). Cuando a pesar de todo
él termina sucumbiendo y alzando para hechizarla “The temple of my manhood”
(Chandler 1909c: 33), es como si también él “faltered Nor blotted the design!”
(Chandler 1909c: 35-36). Entonces,
como en el poema anterior, “Her worship fell to scorning, And lifted nevermore”
(Chandler 1909c: 41-42). Él se siente tentado de suplicar pero no lo
hace, lo que en cierto modo le redime; aunque para ella ya se haya convertido
en “her broken god” (Chandler 1909c: 60).
El único modo
de conservar la masculinidad intacta parece ser para el autor el de aferrarse a
la individualidad y no sucumbir al amor bajo ninguna circunstancia, otro rasgo
que será muy importante en la constitución del detective privado. Puede que, a
pesar de la distancia marcada en la forma, Chandler sí compartiese algo con su
contemporáneo Eliot: su moralismo y su visión destructiva del sexo.
Otro aspecto
que llama la atención en When I Was a
King es su utilización de la primera persona del singular. Pero esto lo
observaremos mejor en el siguiente poema.
The King.
In half the kingdom of
the sun;
The red dawn meets
with her in strife;--
Vassal of mine I hold
each one.
The sailors chant
beside the mast,
The tempest lash the
riven foam,
But I, the King, am
striding fast
Before the prow, to
guide it home.
I am the lover wed to
tears,
I am the cynic cold
and sage,
I am the ghost of
noble years,
I am the prophet
lapp'd in rage.
I am the fane no
longer trod
That moulders on the
wild hill-brow;
I am the fresh and
radiant god
To whom the young
religions bow.
Perfection woo'd in
many a guise
Is in my charge, a
stabled beast;
The myriad moons look
from my eyes;
The worlds unnam'd sit
at my feast.
My glance is in the
splendid noon,
The golden orchid
blown of heat;
My brow is as the
South lagoon,
And all the stars are
at my feet.
The lost waves moan: I
made their song.
The lost lands dream:
I wove their trance.
The earth is old, and
death is strong;
Stronger am I, the
true Romance.
R. T. CHANDLER
(Westminster Gazette,
1 de marzo de 1912)
El “Yo” con el
que nos topamos en estos versos, más que en el poema anterior, es un “Yo”
fácilmente calificable como egocéntrico y prepotente. El autor compara la
imagen del arte con la de un rey todopoderoso; alguien con todas las estrellas
a sus pies, a quien las jóvenes religiones reverencian, capaz tanto de guiar a
los marineros perdidos hasta su hogar como de guardar la perfección como si
esta fuese “a stabled beast” (Chandler 1912: 18). Nada en el mundo parece estar
por encima de este “true Romance” (Chandler 1912: 28).
Aunque sea el
grueso de la tradición artística el protagonista del poema, no podemos evitar
tener la sensación de que el propio autor se ve reflejado en él. Es cierto que
al introducir al “Yo” narrador en un mundo fantástico está creando para el
artista un alter-ego heroico en una realidad ficticia, al estilo de lo que
hiciera Keats y de lo que él mismo hará en el futuro con Philip Marlowe, pero
este del Chandler primerizo es un “Yo” demasiado pagado de sí mismo y de sus
supuestos logros como para dejar entrar al lector. Esto es algo que quizás
resultase natural y sintomático en alguien que, ya a una edad madura y con un
conocimiento de sí mismo más profundo, describiría su propio carácter como “una
desagradable mezcla de timidez externa y arrogancia interior” (citado en
McShane 1976: 14). Estamos todavía muy lejos de la voz narrativa de las novelas
de Marlowe, donde la primera persona le serviría no solo para conducir la
acción sino también para proporcionar al lector un espejo en el que
identificarse y desde el cual vivir la experiencia de la lectura.
El mismo año
en que se publicaba The King, 1912,
el autor pedía dinero prestado a su tío para volver a los Estados Unidos. De
esta manera daba por finalizada no solamente su estancia en Inglaterra sino
también su carrera como poeta. Tenía veintitrés años de edad y no volvería a
publicar nada hasta más de dos décadas después.
En 1932
Chandler era ya un hombre maduro. Sus gustos literarios habían sufrido algunos
cambios, y entre otras cosas “Apartó a un lado a James y a Saki y los sustituyó
por Hemingway” (McShane 1976: 75). De sus viejos poemas de la Westminster Gazette diría que “la
mayoría […] me parecen deplorables ahora” (citado en McShane 1976: 37), y las
pretensiones con las que abordaría su nueva tarea literaria tampoco serían las
mismas que había tenido de joven.
Habiendo sido
despedido de su empleo de ejecutivo en una empresa petrolífera, Chandler
contempló la posibilidad de vivir de la escritura. Estaba casado y necesitaba
dinero, de modo que el trabajar para pulps como Black Mask o Dime Detective
parecía una buena opción, como él mismo explicó: “Se me ocurrió de repente que
tal vez podría escribir este género y ganar dinero mientras aprendía” (citado
en McShane 1976: 76). Y en realidad así fue; el estilo adquirido
progresivamente en los relatos que publicara en dichas revistas sería el que
luego desarrollaría y perfeccionaría en sus novelas.
En aquel
momento, escribir para los pulps de género policíaco suponía ajustarse al molde
de escritura lacónica y sin ornamentos impuesta por Hammett y el resto de la
escuela hard-boiled. Es posible que trabajar a partir de este molde, así como
la influencia manifiesta de Hemingway, sirviera a Chandler para aprender a
controlar su torrente emotivo. Poco a poco, podría ir introduciendo en su
narrativa algunos viejos rasgos del poeta romántico; pero esta vez de una forma
inteligente y dosificada, dando así lugar a su particular estilo único. Lo
curioso del caso es que la originalidad de Chandler proviniese precisamente de
su aspecto más tradicional y formalmente anticuado y de su capacidad para acoplarlo
sin tensiones a las formas de la moderna narrativa norteamericana de
entreguerras. Si el término
de T.S. Eliot pudiese ser aplicado a un género popular, casi afirmaríamos que
el género negro sirvió a Chandler de correlato objetivo. Lo que seguro podemos
decir es que le permitió vehicular sus emociones de una manera más madura y
menos exhibicionista.
Bibliografía:
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