martes, 16 de agosto de 2022

"Mala hierba", de José Luis Muñoz. Mientras dure nuestra agonía.


Un prejuicio bastante extendido entre aficionados a la narrativa en general y al género negro en particular determina que una novela solo puede resultar enteramente creíble cuando su autor la ambienta en el lugar donde vive o, en su defecto, en algún otro que conozca, eso sí, como la palma de su mano. Dicha creencia parece dar por sentado que la mínima licencia con respecto al trazado urbano, las costumbres locales o la idiosincrasia de la sociedad a la que pertenecen los personajes será suficiente para echar por tierra la eficacia de cualquier soporte narrativo, por férreo que sea. Evidentemente, son muchas las novelas que se podrían mencionar para señalar lo absurdo de esta convicción; y quizás una de las primeras que a mí me vendrían a la cabeza en caso de necesitar hacerlo sería “Mala hierba”, de José Luis Muñoz.
Publicada originalmente por Grupo Libro 88 en 1992, tras ganar el Premio Ángel Guerra, y reeditada por Ediciones del Serbal en 2016, la novela nos sitúa en la ficticia localidad californiana de Arkaham, modelo de una Norteamérica rural del que el autor se sirve para esbozar todo un panorama humano, construyendo la narración sobre las bases de una serie de males endémicos, los de la sociedad estadounidense, que en mayor o menor medida reconocemos todos. Pero lejos de quedarse en un muestrario de actitudes arquetípicas, Muñoz convierte el trasfondo en un terreno propicio para plasmar su universo personal y explotar su ya probado talento literario.
Ya en el primer capítulo, en el que algunos de los personajes principales se reúnen para cenar en casa del sheriff Walter Davis y su esposa, los diálogos sacan a relucir de manera muy directa los temas que se van a tratar en el libro. Como un catálogo del ideario más nocivo arraigado en la cultura USA, los comensales sacan a colación el primitivismo de los negros, la necesidad del miedo al castigo para asegurar el bienestar social, el mito de la igualdad de oportunidades que justifica dejar al prójimo en la miseria, la conveniencia de la represión sexual, la defensa a ultranza de la pena capital, etc. De igual modo, en la conversación se menciona ya a los Shoemaker, padre e hija, quienes tendrán una importancia fundamental en el desarrollo de los acontecimientos. Ambos son exponentes de la Norteamérica más marginal: él, un veterano de Vietnam violento y alcohólico; ella, una Lolita amoral y promiscua capaz de despertar las bajas pasiones de todos los hombres del pueblo. El desprecio con el que los miembros destacados de la sociedad de Arkaham hablan de los Shoemaker revela la brecha social insalvable que habrá de revelarse fatídica. Hacia la mitad del libro dos hechos vendrán a sacudir las vidas del pueblo: la llegada a Arkaham de un autoestopista negro al que la esposa del predicador sorprenderá vigilando la casa de los Shoemaker, y, principalmente, el asesinato de Sussy Shoemaker.
Muñoz no solo nos sitúa en un entorno propiamente estadounidense sino que lo hace valiéndose magníficamente, como un alumno destacado, del estilo fluido y directo y la habilidad descriptiva de maestros de la literatura norteamericana que retrataron espacios y conflictos similares. Así, al leer “Mala hierba” acuden fácilmente a la cabeza nombres como los de William Faulkner, Erskine Caldwell o Jim Thomposon. Del mismo modo que la prostituta Joyce Lakeland pagaba con su vida las consecuencias de haber despertado a la bestia dormida de Lou Ford, el sheriff de “El asesino dentro de mí”, Sussy Shoemaker será castigada por el único delito de exacerbar las frustraciones y avivar los deseos impúdicos de una comunidad sexualmente enferma. Agitadora de las más turbulentas miserias de la población masculina, Sussy se convertirá después de su asesinato -como una suerte de Laura Palmer de la white trash- en el catalizador que remueva finalmente la podredumbre de Arkaham sacándola a la luz y hará que todo su precario sistema de valores se desmorone.
Pese a la presencia central del crimen como caja de Pandora, “Mala hierba” no se basa tanto en la resolución del misterio como en la disección de la comunidad y en el efecto que la liberación de demonios públicos y privados termina teniendo en sus habitantes. Si bien se trata de una novela bastante coral, los dos personajes sobre los que más termina recayendo el peso de la narración son significativamente el sheriff Walter Davis y el reverendo Berghoffer, “El defensor de la ley y el pastor de las almas”, representantes y ejecutores del ideario moral y espiritual de la comunidad a la que representan, que no en vano se revelarán aquejados de la misma degradación y sufrirán en sus propias carnes un proceso que habrá de revelarse tan personal como colectivo, algo que señalará el propio Davis al decir: “El pueblo se está muriendo”. Es precisamente en la descripción de ese proceso de degradación y autoabandono final donde el autor se muestra más brillante y la novela adquiere mayor fuerza.
El hecho de situar la historia en un país y una cultura extranjera, y de adoptar modos propios de su tradición literaria, no impide a Muñoz volcar algunos temas ya recurrentes en su amplia bibliografía. Por un lado, está la confrontación de dos hombres, dirigidos uno contra otro por odios viscerales largo tiempo macerados, cuyo choque parece ineludiblemente impuesto por un destino fatal, asunto que se convertirá en el eje central en otra de sus mejores novelas, “Cazadores en la nieve” (Ediciones Versátil, 2016). Y por otro, ese paralelismo ya mencionado antes entre la agonía vital del personaje y la del contexto social en el que se mueve, que recuerda al experimentado por el policía protagonista de “Barcelona negra” (Ediciones Júcar, 1987).
En este contexto de decadencia, las muertes violentas serán vistas por el reverendo como actos necesarios de justicia divina destinados a salvaguardar el bienestar del pueblo: “Los que han muerto últimamente en Arkaham no han sido otra cosa que mala hierba, cizaña segada por una guadaña justiciera”. Y así, siguiendo con la metáfora que encierra el título: “Había que cortar la hierba del jardín, cortar la mala hierba antes de que rodeara el cerezo, el manzano, y los asfixiara”. Aunque finalmente la tarea se revele inútil, y los remordimientos, la decepción y el autodesprecio demuestren que los actos de sangre no han llevado más que a agravar la situación, llevándola a un punto de no retorno: “El manzano de su jardín había muerto, estrangulado por la hierba que crecía a su alrededor, y pronto pasaría igual con el cerezo”.
Pesimismo y desesperanza en una obra más que notable. La visión de un escritor español sobre Estados Unidos, pero también una visión personal del mundo y del animal trágico que lo habita. Con este material se construyen los buenos libros, independientemente de que los ambientemos en continentes lejanos o a la vuelta de la esquina.
 
José Luis Muñoz

Bibliografía:

MUÑOZ, José Luis, Mala hierba, 1992. Grupo Libros 88, S.A., Madrid.

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