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Ilustración de portada de Glen Orbik para la edición de Hard Case Crime |
Ya en la
desconcertante frase de apertura de Brainquake
reconocemos una de las constantes de su autor: “Sesenta segundos antes de que
el bebé disparase a su padre, las hojas caían perezosamente en Central Park”
(Trad. del A.).
Samuel Fuller
se había criado viendo girar las rotativas y husmeando entre la sordidez de la
vida urbana para llenar las páginas de sucesos. Ya se moviese en un medio u
otro, cine o novela, jamás abandonaría la constate periodística de impactar con
un buen titular para atrapar al lector antes de sumergirlo en la noticia. Como
bien lo explicara Quim Casas, “Fuller comienza la mayoría de sus filmes con una
imagen o una escena muy impactantes destinadas tanto a marcar el tono del relato
como a capturar el interés del espectador, recurso que viene a ser el
equivalente de los titulares llamativos de un periódico” (1). No importa ya si
al poco descubrimos que, como es lógico, no ha sido el bebé el autor del
disparo. La frase ya ha obtenido su efecto y el clima de extrañeza y de delirio
que ha instaurado seguirá acompañándonos a lo largo de las 300 páginas de Brainquake. Aparte de que en la idea
precisamente de “matar al padre” se sustentará, si bien de manera más o menos
velada, uno de los fundamentos del libro.
Redactada a
principios de los años 90, poco antes de la muerte de Fuller, y solo publicada
entonces en francés (como Cerebro-choq)
y en japonés, Brainquake no vio
siquiera la luz en su lengua original hasta septiembre de 2014, después de que
la viuda del autor, la actriz Christa Lang, la ofreciera al sello Hard Case Crime, que afortunadamente la terminaría
rescatando para el mercado anglosajón (2).
Es muy posible
que la idea de partida de Brainquake
procediese, como en otras novelas de Fuller, de uno de sus proyectos
cinematográficos nunca realizado. En este caso, del titulado Bagman, con cuyo argumento, de nuevo en
palabras de Casas, “A partir de los avatares de un individuo especializado en
transportar considerables sumas de dinero procedentes de la Mafia […], Fuller
quería describir el funcionamiento de una importante red criminal” (3). En el
libro, el bagman en cuestión es Paul
Page, quien sufre de un inusual desorden mental con esporádicos ataques y
alucinaciones que él tiende a confundir peligrosamente con la realidad. Paul se
refiere a estos ataques como sus brainquakes
(algo así como “terremotos cerebrales”), y sabe que habrán de acabar con su
vida, del mismo modo en que acabaron con la su padre. Para trabajar como bagman, Paul ha debido someterse a un tipo
de existencia extremadamente estricto que prácticamente le niega toda relación
social e incluso el desarrollo de una identidad. Un buen bagman ha de ser alguien lo más despersonalizado posible; sin
ambiciones, sin emociones, sin inquietudes, alguien con los mínimos rasgos
identificativos posibles. Y Paul ha llegado a ser un bagman perfecto. Aunque en el fondo de su ser, el poeta frustrado
que es siga esperando el momento de desarrollarse.
Resulta revelador
que, a pesar de la aparente impersonalidad de Paul, Fuller nos lo presente como
una suerte de último resistente contra una maquinaria uniformadora. La cabaña
en la que vive habría sido demolida para dejar lugar a un rascacielos, igual a
los muchos que la rodean, pero la crisis económica de los 70 lo impidió. La
identificación de Paul con su espacio vital es explicitada por la narración:
“Su supervivencia en el bosque de rascacielos era inspiradora. […] Ordenada,
casi vacía, igual que su rostro y que su vida. Él vivía en su propio mundo. La
cabaña y Paul eran uno”.
Durante años,
y a pesar de sus ataques, Paul ha encajado en el molde del bagman. Pero todo su universo ha entrado en peligro al enamorarse
platónicamente de una mujer a la que al principio ni siquiera conoce, Michelle
Troy, y al comenzar a enviarle rosas y escribirle poemas. El enamoramiento
viene a ser para Paul un revulsivo. En determinado momento, se muestra dolido
por no ser capaz de expresar emociones con sus rasgos faciales. Más adelante,
experimenta por primera vez la culpa y reflexiona sobre su propia condición,
preguntándose si no será un retrasado mental. A partir del momento en que se ve
inmiscuido en los problemas de Michelle, Paul va a entrar en un proceso de
cambio y autoconocimiento.
El cambio se
reflejará en un acto prohibido. Como explicaba Aldo Viganó, “La vida de los
personajes de Fuller […] siempre es una batalla mortal que se expresa en la acción
antes que en la conciencia” (4) En el momento en que Paul toma la decisión de
poner la seguridad de Michelle por encima de su integridad laboral, dicha
decisión, la más trascendente de su vida, le lleva a cometer una de las peores
faltas que un bagman se pueda
permitir: abrir la bolsa que transporta para comprobar la cantidad de dinero
que contiene. Haciendo esto, Paul está abriendo la caja de Pandora, y
precipitando tanto el desarrollo del relato como su destino y el de los que le
rodean. A partir de ahí, sabe que tendrá que huir. Y será Michelle quien le
marque su destinación inmediata: París.
Para Fuller era
esencial poner a sus personajes en esta clase de tesituras y usar sus
reacciones como catalizadores de los puntos de giro narrativos: “Una historia
en la que, en medio del relato, el personaje central cambia completamente de
personalidad, es muy buena. Creo que un hombre que viola sus propias leyes, las
reglas que ha aceptado, constituye […] una de las situaciones dramáticas más
fuertes” (5).
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Photo by Serge Hambourg. © Collection Hambourg. |
Existe en el
conflicto de Paul un reflejo de los problemas que Fuller había afrontado en
Estados Unidos y que le habían llevado a autoexiliarse en la capital francesa.
Durante años, había tenido que luchar por mantener su independencia, y por
preservar los rasgos radicalmente personales de su trabajo, en un contexto
industrial caracterizado por la imposición de formas estandarizadas. Cada vez
con más problemas para financiar sus proyectos, y después de ver cómo su film Perro blanco (White Dog, 1982) era incomprendido y dejado sin distribución en
buena parte del país, Fuller había buscado en Europa la posibilidad de encontrar
una industria que no pusiese pegas a su visión artística. Si Paul descubre que
puede luchar por su derecho a poseer una identidad, Samuel Fuller siempre la
había tenido, pero había de pelear igualmente, y cada vez más duro, por el
derecho a conservarla. Ambos se enfrentaban a sistemas poco o nada dispuestos a
permitir que sus trabajadores tuviesen demasiadas ideas propias.
En Brainquake encontramos elementos
presentes en otros trabajos del autor: los desordenes mentales, tratados en el
film Corredor sin retorno (Shock
Corridor, 1963); el racismo, tema recurrente en su obra y eje central de la
polémica Perro blanco; y la traición
de la amistad. Paul está dispuesto a sacrificarlo todo por Michelle, convencido
de que ella comparte sus sentimientos o cuanto menos mantiene con él una
amistad sincera. Desconoce las autenticas intenciones de ella, que son las de
traicionarlo en el momento oportuno para hacerse con el dinero que Paul ha
robado y largarse con su amante, Eddie. En este sentido, a Paul le sucede lo
mismo que a Sandy Dawson, el personaje interpretado por Robert Ryan en La casa de bambú (House of Bamboo, 1955), o a Zack, el coronel de la novela El rifle (The Rifle, 1969), ambos entregados a una amistad que habrá de
revelarse fatídica. De igual modo, Brainquake
comparte similitudes argumentes con la anterior novela del autor, Mi nombre es Quint (La grande mêlée / Quint’s
World, 1984), con la que podría decirse forma un binomio coherente.
El ritmo rápido,
vivaz y agresivo, de Fuller también se encuentra aquí. Brainquake está llena de violencia seca y de acción resuelta en
pocas líneas:
“Ella apuntó su arma hacia la puerta un instante antes de que fuese
abierta de una patada. El hombre en el umbral tenía una semiautomática medio
alzada, su dedo en el gatillo. Ella disparó dos tiros amortiguados, arrastró el
cuerpo dentro de la habitación, cerró la puerta, corrió el cerrojo, registró el
cuerpo en busca de algún carné de identidad, encontró uno, se lo lanzó a Paul y
siguió pasando dinero de una bolsa a la otra”.
La novela posee
un tono que retrotrae a los paperbacks
de los años 40 y 50 y al mismo tiempo denota ciertos rasgos del best-seller de su época (el personaje
del hitman que se disfraza de cura y crucifica
a sus victimas, una exageración que hace pensar en los por entonces tan de moda
psicópatas de las novelas de Thomas Harris o James Ellroy). Hallamos así la
misma tensión entre ambos lenguajes que de alguna manera, y con mayor o menor
fortuna, se percibía en los últimos filmes del autor, desde Perro blanco hasta Calle sin retorno (Sans
espoir de retour / Street of No
Return, 1989), la extraña y atípica adaptación de David Goodis que habría
de ser su última obra cinematográfica (6). Tensión esta que dotaba dichos
trabajos de una rara cualidad de anacronismo o de atemporalidad, según se mire.
Fuller, el artista iconoclasta, adelantado a su tiempo, que había devenido en
modelo e ídolo de nuevas generaciones, intentaba adaptarse hacia el final de su
vida a una modernidad que le resultaba ajena, aunque sus rasgos de estilo más
marcados siguiesen remitiendo irremediablemente al periodo en que había trabajado
más y mejor.
En todo caso, Brainquake podría leerse como un
catálogo de las virtudes, y algunos de
los defectos, de su estilo. En perpetua búsqueda de la emoción y la creación de
energía en estado puro, parte de la fuerza de sus mejores trabajos nacía de una
cierta anarquía formal, del desaliño estético de quien siempre apostaba por la
visceralidad antes que por la sutileza, por la hipérbole antes que por el
realismo, en aras de generar la descarga deseable para sacudir al
lector/espectador.
Siempre se ha
dicho que las novelas de Fuller, quien sentía predilección por el cine, que
según él “poseía como ningún otro vehículo la oportunidad de transmitir al espectador
una amplia gama de emociones con mucha mayor intensidad que la novela o el
periodismo” (7), utilizaban recursos visuales más propios del séptimo arte que
de la literatura. Brainquake está
llena de dichos recursos, como pueda ser el flash que interrumpe las visiones
de Paul. Al intercalar las visiones, así como determinadas reflexiones o
recuerdos del personaje, con la acción real, Fuller se sirve de la letra
cursiva para reflejar gráficamente lo que ve la mente alterada de Paul en
contraste con lo que está sucediendo:
“Eddie desenfundó una segunda
arma. Paul le disparó.
El policía del bigote cayó muerto.
Eddie agarró a Paul del brazo.
Paul le disparó en el hombro.
El inspector cayó al suelo”.
Este uso de la
cursiva (utilizado también por Jim Thompson en varias de sus novelas) tendría un
equivalente en el cine de Fuller en el uso de las imágenes en color que
reflejaban las alucinaciones de los enfermos mentales de Corredor sin retorno.
Sólidamente
construida, eso sí, Brainquake se
estructura en dos bloques bien diferenciados: el que transcurre en Nueva York y
el que traslada la acción a París. De estos dos, es el primero el que mejor
funciona. En Nueva York, asistimos a la descripción del mundo de Paul. Fuller
se muestra muy hábil en la construcción de personajes, como en el caso de la
jefa, suerte asimismo de figura materna del protagonista, y de la detective de
policía negra Zara. La progresión de la trama depende en este tramo de la
evolución de Paul y de la manipulación que ya comienza a sufrir por parte de
Michelle. En París pasamos al mundo de ella, y cambia no solo el panorama sino
también el conjunto de personajes. Si antes habíamos conocido a la figura
materna de Paul, ahora conocemos a la paterna de Michelle, Lafitte, un viejo
que luchó en la resistencia y que podría ser un alter ego del propio Fuller
(como también lo era el protagonista de Mi
nombre es Quint). El libro establece un paralelismo entre Paul y Michelle
que resulta interesante, pero ella no termina de quedar tan bien definida como
él y sus motivaciones no acaban de resultar tan claras. También en París, la
trama resulta más débil. La verosimilitud se resiente desde el momento en que la
evolución de los acontecimiento depende en exceso de coincidencias (tres veces
se cruzan casualmente por París diversos personajes), y el climax acontece de
manera un tanto artificiosa y forzada. Aunque el irónico final (de nuevo, fruto
de la casualidad) lo compense un poco.
Con todo, Brainquake sigue siendo un buen libro. Y
sobre todo, un descubrimiento digno de celebración, que viene a sumar otra
pieza al legado de una de las identidades artísticas más singulares y estimulantes
del pasado siglo.
Notas:
(1) Casas,
Quim. Samuel Fuller. Ediciones
Cátedra (Grupo Anaya S.A.) Madrid, 2001. Pág. 19
(2) Merece la
pena destacar, de hecho, la magnífica labor de recuperación de textos
olvidados, o incluso nunca publicados, que Hard
Case Crime lleva unos años realizando, siendo quizás su mayor logro, y
aquel por el que los aficionados debemos estar más agradecidos, la publicación
de The Cocktail Waitress (en España, La camarera), novela póstuma de James M.
Cain, terminada en 1977, justo antes del fallecimiento del autor, y nunca
editada hasta su descubrimiento en 2012 por parte del sello norteamericano.
(3) Casas,
Quim. Samuel Fuller. Ediciones
Cátedra (Grupo Anaya S.A.) Madrid, 2001. Pág. 369
(4) Viganó,
Aldo. La violencia en el cine de Samuel
Fuller. Traducción: Carlos Aguilar. “Revista Nosferatu”, nº 53-54. Donosita
Kultura, octubre 2006. Pág. 18
(5) De la entrevista
realizada por Serge Daney y Jean-Louis Noames para Cahiers du Cinéma, num. 181,
agosto de 1966. Citado en: Casas, Quim. Samuel
Fuller. Ediciones Cátedra (Grupo Anaya S.A.) Madrid, 2001. Pág. 51
(6)
Precisamente a Goodis, a quien Fuller admiraba y con quien había mantenido
cierta amistad, recuerda por momentos el estilo de Brainquake.
(7) Castro,
Antonio, Samuel Fuller: “Soy un
periodista del cine”, “Dirigido por…”, num. 176, DIRIGIDO POR S.A.,
Barcelona, enero de 1990. Pág. 74
Enlaces de
interés:
muy bien tio ,joder qe currazo te has pegado mas bueno!enhorabuena
ResponderEliminarMuchas gracias, Pedro! Me alegro de que te haya molado.
ResponderEliminarVaya, entran ganas de leerla. Y con suerte Wim Wenders hará una trepidante adaptación al cine. Eso sí, por un lado se habla de anarquía formal y por otro de solidez en la construcción. ¿Con qué carta quedarse?
ResponderEliminarGracias, Joaquín. No hay necesariamente contradicción en los dos aspectos que comentas. En referencia a las películas de Fuller, por ejemplo, se suele hablar de anarquía formal en relación a la planificación y a la puesta en escena, lo que no afecta a la esctructura de los guiones, que, salvo excepciones, suele ser bastante solida.
EliminarDear Madam, dear Sir,
ResponderEliminarI would like to have a word about your use of the picture of Samuel Fuller, taken by Serge Hambourg (the second one). It is about copyright, he asked me to let you a message; then I am sorry to have to use comments for a first contact. Thank you very much.
Best regards,
Alban Benoit-Hambourg
Hi Alban,
EliminarSorry I hadn't seen your message until now. My apologies for using the picture without your permission. If you want, I will delete it. Thank you.
Jerónimo García Tomás.
Hi Jeronimo,
EliminarDo not worry, I understand. If you can add a credit line and a copyright, it is alright. The photographer is Serge Hambourg, and the copyright © Collection Hambourg. Thank you very much!
Hi Alban,
EliminarI've already done it. Thank you!
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