martes, 27 de septiembre de 2016

Good-Bye, Chicago. El adiós de William Riley Burnett


Cuando la editorial St. Martin's publicó Good-Bye, Chicago (Good-Bye, Chicago, 1928 - End of an Era, 1981) habían pasado más de doce años desde la última vez que un libro de William Riley Burnett llegase a los estantes de las librerías. El autor todavía se hallaba luchando por ver editada una obra escrita anteriormente y titulada The City People, la cual, tal como él mismo explicaría, le había costado un considerable esfuerzo, dada su ya avanzada edad. La novela consistía, en palabras de Burnett, en “una serie de historias cortas, treinta de ellas, que retratan toda una ciudad. Aparecen todas las capas de la sociedad, desde el vagabundo al multimillonario” (1).
Tal descripción hace pensar automáticamente en dos clásicos de la narrativa estadounidense: el fundamental Winesburg, Ohio (1919), de Sherwood Anderson, y el no menos importante Manhattan Transfer (1925), de John Dos Passos. Ambas novelas ejercían una notable influencia en el panorama literario norteamericano justo en la época en que Burnett se formaba como escritor (2). Esto podría hacer pensar que, de algún modo, el autor estuviese volviendo en el tiempo a su primera etapa, al tipo de narrativa que le había influido y que le había empujado a usar la máquina de escribir.
Lamentablemente, The City People nunca sería publicada, de manera que no podemos comprobar hasta qué punto la novela se habría acercado a dichos referentes. Pero lo que sí podemos constatar es que Good-Bye, Chicago supuso para el autor, en la recta final de su vida (moriría un año más tarde), tanto un regreso a los espacios vitales de sus inicios como un repaso a los temas que habían marcado gran parte de su carrera. Como señalara Javier Coma en el prólogo a la edición de la editorial Noguer, en la novela se detecta “un cierto ánimo de recopilación testamentaria” (Coma 1981[1986]:11).
Nacido en Springfield, Ohio, en 1899, Burnett se mudó a Chicago en 1927. Allí, trabajando de conserje en un hotel, entró en contacto con el ambiente criminal que le serviría de base para su primera obra publicada, El pequeño César (Little Caesar, 1929). Más allá del éxito y de la holgura económica que le reportó, es importante destacar hasta qué punto la novela fue importante para el desarrollo del género negro. El pequeño César no solo trasladó por primera vez el enfoque de la narración a los gángsteres y creó el subgénero de la crook story, sino que estableció un patrón de estructura, el del auge y caída del protagonista, que se constituyó como norma para el relato gangsteril hasta el punto de seguir repitiéndose constantemente en la actualidad en novelas, películas y series de televisión.
El estilo seco y conciso, cercano el behaviorismo, del libro conectaba con las innovaciones estilísticas que autores como Hemingway y Hammett estaban desarrollando entonces, si bien Burnett lo consideraría una creación propia: “Era un estilo que yo mismo creé. Es difícil, hoy día, darse cuenta del efecto de aquel libro. Lo que hice fue arrojar fuera todo lo que antes se había estado poniendo en las novelas. Entonces lo escribí prácticamente sin ninguna descripción. Mostré todo a través de la acción y el diálogo. Usé el lenguaje, ligeramente estilizado, de la gente sobre la que estaba escribiendo. Nada de inglés literario. Solo inglés americano, del tipo que la gente habla” (3). La aspereza de El pequeño César se suavizaría con un tono más humano y de tintes trágicos en novelas posteriores, como El último refugio (High Sierra, 1941), donde la narración se permitiría también recrearse más en las descripciones para subrayar la importancia telúrica del paisaje en el proceso vital y psicológico del protagonista, Roy Earle.
En Good-Bye, Chicago, los modos naturalistas del relato tienen una intención fundamentalmente testimonial. Burnett volvió a la misma ciudad y a la misma época en que se desarrollaba la novela que le dio fama (la acción transcurre en 1928, un año antes de la aparición de El pequeño César) para realizar un retrato del periodo histórico que había conocido de primera mano y había condicionado gran parte de su trabajo. Se trata del periodo en que “Capone empezó a decaer y el IRS fue tras él y le cazó. La policía, que estaba muy corrupta, comenzó a reformarse” (4).
Aunque el relato se abre con la aparición de un cadáver en las aguas del muelle, y la acción se centra al principio en la investigación y en las consecuencias de la muerte de la mujer que resulta ser la ex-esposa de un policía, pronto resulta evidente que a Burnett no le interesa tanto la trama de whodunit (el caso se cierra bastante pronto y de un modo que no parece dotarlo de mucha relevancia para la historia) como el retrato coral de una estructura social corrompida y de sus elementos más característicos. Good-Bye, Chicago es de hecho una novela negra poco común por el tratamiento casi anticlimático que se da a la acción. Las muertes que se nos narran son tan deshumanizadas como repentinas. Alguien está tranquilamente siguiendo el compás de un tema de jazz cuando “sonaron dos detonaciones desde la abierta ventana y Red se desplomó hacia delante desde su sillón y, lentamente, quedó tendido largo como era en el suelo” (Burnett 1981[1986]:43). Uno de los pasajes más logrados del libro se corresponde con la muerte, en off, de un personaje bastante importante. Dos agentes novatos llegan al lugar en el que otros dos policías de paisano acaban de asesinar a un hombre, los confunden con matones y están a punto de dispararles (en realidad, los policías están a sueldo de los gángsteres, para quienes han realizado el encargo). Burnett se aleja de la escena adoptando un punto de vista externo, el de los novatos, y nos da de manera indirecta los detalles que resultan de interés para el lector: sabemos quién es la victima por las armas que le encuentran al cadáver. En otra novela de Burnett, a dicho personaje se le habría concedido una muerte visible, quizás incluso catártica. No aquí.
En Good-Bye, Chicago, a Burnett le interesa la gente como tal, le interesan las distintas “verdades” que hay en cada persona. En uno de los pocos momentos en que su voz se permite emerger a la superficie de la narración, explica: “Cada uno cree lo que quiere o lo que se ve obligado a creer, tanto por nuestra naturaleza como por nuestras circunstancias. Cada hombre tiene su propia verdad, y por esto incluso los hombres que hablan el mismo lenguaje rara vez se comprenden entre sí” (Burnett 1981[1986]:28).
De entre toda esta gente, y a pesar de que sean agentes de la ley los que carguen en este caso con gran parte del protagonismo, son los delincuentes los que resultan en último término más reales y están mejor retratados, seguramente porque continúan siendo los personajes que más interés suscitan en el autor y que más unidos han estado siempre a su ideario estético. No en vano, Coma definía el estilo de Burnett como “mezcla de behaviorismo y de una introspectiva piedad hacia el delincuente, juguete de unas estructuras que le sobrepasan” (Coma 1980:42). En cualquier caso, siempre reacio a introducir juicios morales en sus novelas y a establecer dicotomías entre buenos y malos, Burnett respondía así ante la pregunta de si empatizaba con sus criminales:

“Absolutamente no. No empatizaba con ellos más de lo que empatizo con un empresario corrupto. Las personas son solo personas para mí. No las veo en categorías. Pero no empatizo particularmente con los criminales.
[…]
Humanizo a personas sobre las que otros escritores ni siquiera escriben. O si escriben sobre ellas, son solo nombres, no personas” (5).

Las de Good-Bye, Chicago son personas para las cuales los tiempos están cambiando. Planea sobre la novela un tono crepuscular que habla de ese “fin de una era” al que alude el título original. El personaje de Bones, basado al parecer en el abogado de Al Capone, reflexiona acerca del inminente desmoronamiento del sistema que lo sustenta. Ante la catástrofe que se avecina, se pregunta si podrá escapar. “O tal vez fuese mejor preguntar si podría escapar a tiempo… Esto es, antes de que los tiempos cambien definitivamente borrándolo del panorama” (Burnett 1981[1986]:141). Se habla también de una suerte de industrialización del crimen organizado, que, al igual que otras áreas del sistema económico, ha gozado de un rápido florecimiento durante los “felices años 20”. Todavía no estamos ante los delincuentes marginados y antisociales que traerá la depresión, como el Roy Earle de El último refugio. En este sentido, Aquiles Stampa ya explicaba cómo, “Burnett amoldó su visión del criminal al devenir de la actualidad histórica, y de novela en novela trazó una crónica de la evolución del delito en la sociedad americana según se transformaban está y sus circunstancias” (Stampa 1989:26). En 1928, el crimen forma parte intrínseca del tejido social de la gran ciudad y crece con él, se alimenta de su prosperidad.
Al final, como muchas otras criaturas de Burnett, desde Rico en El pequeño César y pasando por Roy Earle y el Dix de La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1949), también algunos de los personajes de Good-Bye, Chicago regresan, ya sea de manera física o simbólica, a los espacios de su pasado para rendir cuentas con el destino. La mayor parte de las veces, algo en el camino que tomaron, en la marca que la experiencia les ha dejado, impide que el regreso sea satisfactorio. Como le sucede metafóricamente a Ted, el próspero e inseguro proxeneta que, al hallarse perdido, solo y acosado, se reencuentra con la cultura de su infancia, pero se siente indispuesto tras comer una salchicha polaca debido a que “su estómago se había acostumbrado a unos alimentos más insípidos” (Burnett 1981[1986]:107).
No podemos saber hasta qué punto este regreso al Chicago de los años 20, con la finalidad de decirle definitivamente adiós, supuso una experiencia satisfactoria para su autor. Pero lo que sí podemos asegurar es que la distancia de los años y la experiencia de unas treinta y cinco novelas y unos sesenta guiones a sus espaldas le permitieron dejar como último testamento una lúcida relectura de sus primeros parajes narrativos.
William Riley Burnett

Notas:

(1) De la entrevista a Burnett realizada por David Lawrence Wilson en 1981 a propósito de la publicación de Good-Bye, Chicago. Reproducida parcialmente por Rick Ollerman en http://starkhousepress.com/newsletters/shnews0105.html
(2) Burnett había escrito cinco novelas antes de El pequeño César, la primera de sus obras que sería aceptada por una editorial y vería la luz en 1929, lo que indica que pasó buena parte de los años 20 practicando y madurando como escritor.
(3), (4) y (5) = (1)

Bibliografía:

Riley Burnett, William. Good-Bye, Chicago. Editorial Noguer. Barcelona, 1981 (1986)
Coma, Javier. El otoño brillante. Prólogo a Riley Burnett, William. Good-Bye, Chicago. Editorial Noguer. Barcelona, 1981 (1986)
Coma, Javier. La novela negra. Un enfoque sociológico y crítico de un fenómeno literario de un enorme alcance popular. Ediciones 2001. Barcelona, 1980
Coma, Javier. Un pequeño César en la jungla de celuloide. “Gimlet”, nº4. Graffiti Ediciones S.A. Barcelona, 1981
Stampa, Aquiles. William Riley Burnett. El cronista de la criminalidad. “Detective Story”, nº1. New Comic S.A. Madrid, 1989

Enlaces de interés:

'You're born, you're gonna have trouble, you're gonna die', by
W.R. Burnett’s Obituary, by Glenn Fowler:

2 comentarios:

  1. Muy interesante el artículo. De este autor solo me he leído "La jungla de asfalto" que me pareció magnífica - como la película - pero me has generado muchas ganas de recuperar estas dos novelas.

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    1. Gracias, Jorge. Sí, "La jungla de asfalto" es magnífica. Probablemente, de sus mejores novelas. La verdad es que Burnett tiene bastantes joyas por descubrir y es una lástima que hoy en día algunas de ellas sean difíciles de encontrar, incluso en internet.

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