jueves, 5 de marzo de 2020

"Web of the City", de Harlan Ellison. Redención en la gran manzana.

Portada de Glen Orbik para la edición
de Hard Case Crime.
Se cuenta que al propio Harlan Ellison le preocupó que el parecido de su nombre con el del escritor Hal Ellson pudiese llevar a los lectores a confundirlo con él. La casualidad era particularmente significativa en este caso, ya que habían sido sobre todo las dos primeras novelas de Ellson, Duke (1949) y Tomboy (1950), las que habían impulsado al futuro multilaureado e hiperprolífico autor de ciencia ficción a iniciar su carrera literaria adscribiéndose al entonces popular subgénero de la JD lit. (Juvenile Delinquency literature). Así como Ellson utilizaba como material para sus novelas las experiencias recogidas de boca de los jóvenes marginales a los que trataba de ayudar como trabajador social, Ellison supuestamente se infiltró bajo identidad falsa en una auténtica banda –a la que se referiría siempre con el ficticio nombre de The Barons– asentada en el peligroso barrio de Red Hook, Brooklyn. Según sus declaraciones, el autor llegaría a ejercer durante diez semanas como consejero de guerra de The Barons, lo que le reportaría los conocimientos necesarios para publicar una serie de relatos cortos en revistas y escribir la que sería su primera novela, Web of the City (publicada originalmente con el título de Rumble en 1958).
Pero si bien es cierto que temáticamente la lectura de Web of the City remite a las citadas novelas de Hal Ellson, también lo es que se distancia de ellas en buena medida en lo que respecta a intenciones, tono y estilo narrativo. Mientras que el autor de Duke estaba más preocupado por presentar un retrato realista del pandillero que por construir una trama que entretuviese al lector, y en lugar de acentuar los aspectos más sórdidos del relato los narraba con un desapasionamiento y una atonalidad que los ponía al nivel de meros acontecimientos cotidianos en una realidad gris y sin esperanza, Ellison, por el contrario, supedita todo en Web of the City a los elementos más melodramáticos de su historia, y subraya y enfatiza los acontecimientos violentos con una voluntad netamente efectista (1).
Al igual que le sucedía al principal personaje y narrador en Duke, a Rusty Santoro, protagonista de Web of the City, la vida como líder de banda (los Cougars en este caso) ha dejado de satisfacerle. La novela de Harlan Ellison comienza de hecho cuando Rusty ha dejado el grupo criminal y se ve acosado por los mismos jóvenes delincuentes que antes se movían bajo su mandato. Ya en el primer capítulo, recibe una paliza por parte de algunos de sus excompañeros que lo deja malherido en un callejón. El nuevo cabecilla de los Cougars, Candle, lo instiga a participar en un duelo a navajas para reafirmar su posición de liderazgo, la novia de Rusty no entiende su decisión y le reprocha el ponerla a ella en peligro, y su hermana Dolores, a quien el propio Rusty introdujo en la sección femenina de la banda, lo desprecia y se avergüenza de él. A pesar de todo, Rusty está decidido a intentar mantenerse firme y ha seguir el camino que le ha marcado su profesor, Carl Pancoast, quien lo ha librado de la cárcel convirtiéndose en su tutor legal y lo ha convencido de que tiene dotes para llegar a ser diseñador industrial.
Argumentalmente, la novela de Ellison está divida en dos bloques bien diferenciados. El primero de ellos gira en torno a los problemas ya descritos de Rusty para abandonar definitivamente el entorno de la banda, y describe asimismo el contexto social de miseria, sordidez y falta de oportunidades en el que vive. Con un padre vagabundo y alcoholizado que duerme en las calles, y sin otro grupo social en el que buscar un arraigo que no sea el de la delincuencia juvenil, Rusty se sabe parte integrante del mismo universo cerrado del que pretende escapar. Así, después de haber derrotado a Candle en el duelo, no puede menos que mirarle a los ojos e identificarse con él, reconocerse en él: “Vio toda la basura con la que Candle había sustituido el coraje, la integridad, la honestidad; y Rusty tuvo miedo […] porque esa era la manera en que él había sido” (Ellison 1958:62). Disculpa la actitud de Weezee, su novia, porque sabe que en el contexto en el que vive no podría haber actuado de otra forma: “Ella era lo que era […], lo hacía lo mejor que podía viviendo bajo las normas que le habían imuesto” (Ellison 1958:63-64). Aunque, por otro lado, a pesar de seguir aceptándola como su chica, el hecho de tener todavía que comportarse con ella como el macho dominante que se espera de él hace que ahora tenga presente que la distancia entre los dos es “demasiado profunda, demasiado inexplicable, para que él tratase de amarla”  (Ellison 1958:64).
El mundo en el que Rusty se mueve es opresivo hasta el extremo de obligarle a no mostrar los propios sentimientos si no quiere que los demás terminen jugando a ser Dios con él, ya que “No hay nadie a quien no le guste jugar a ser Dios de vez en cuando. Nadie a quien no le guste herirte cuando sabe que puede ser Dios” (Ellison 1958:71). Todo ello provoca que la lucha de Rusty sea tanto externa, contra la amenaza real que suponen sus excompañeros y la posibilidad de acabar en la cárcel, como interna, en el sentido en que se debate entre asumir los códigos que el entorno le impone –códigos de una masculinidad entendida como predisposición a la acción violenta–, condenándose muy probablemente a la perdición y arriesgando su futuro, o renunciar a entrar en el juego y aceptar que todo el mundo, salvo su madre y su profesor, lo etiquete de cobarde y de paria. A lo largo de la primera mitad del libro las cosas parecen ir poniéndose cada vez más difíciles para Rusty. Si bien sale bien parado de su lucha contra Candle y cree que la victoria le va a conseguir por fin su ansiada libertad, pronto se ve de nuevo absorbido por la influencia de la banda y termina detenido al verse en el escenario de una brutal confrontación entre los Cougars y sus rivales, los Cherokees. Apresado en comisaría, cree que todo se ha perdido ya, pero a la mañana siguiente le informan de que su profesor ha vuelto a interceder por él y han decidido concederle otra oportunidad. Aliviado, sale a la calle sintiéndose limpio, henchido de optimismo. Y es justo entonces cuando se entera de que su hermana Dolores ha sido violada y asesinada en un callejón.
La muerte de Dolores supone el obvio punto de giro que a mitad del libro revierte la narración lanzándola por los derroteros del whodunit y el rape and revenge. Rusty ya no busca alejarse de la banda y de las sombrías zonas de su barrio; al contrario, pretende sumergirse en ellas hasta donde sea necesario para hallar al asesino de su hermana y acabar con él. Cegado por una niebla de rabia y culpabilidad –su madre lo responsabiliza de lo ocurrido: “Si tú nunca la hubieses tocado con tu porquería […] ella ahora estaría viva” (Ellison 1958:106-107)–, Rusty se mueve por las calles en busca de cualquier información que pueda ayudarle a cumplir su objetivo.
Es en esta segunda mitad, donde la trama de Web of the City se revela más endeble. Y el propio Harlan Ellison llegaría a admitir, como señalaba hace poco Iain McIntyre en su artículo para el libro Girl Gangs, Biker Boys and Real Cool Cats, que su primera novela era “un trabajo pobremente construido y con fallos” (McIntyre 2017:55). La investigación llevada a cabo por Rusty para esclarecer el crimen le induce a sacar conclusiones cuya lógica no está del todo clara, y que tienen como único objeto introducir en la historia una subtrama relacionada con la venta y el consumo de drogas.
En cualquier caso, Rusty obtendrá su venganza, como era de esperar. Y lejos de haberse condenado a sí mismo por ello y de haber renunciado definitivamente a lo posibilidad de una nueva vida, el acto se resolverá como una suerte de catarsis purificadora que le permitirá dejar atrás su pasado y dar el primer paso hacia su renovación personal.
Volviendo a las diferencias sustanciales que existen entre Web of the City y Duke, la novela de Hal Ellson que constituía uno de sus referentes obvios, es imposible no recordar como al final de Duke el protagonista no ha cambiado un ápice; su crisis existencial no lo ha librado de los ineludibles condicionamientos impuestos por su entorno, y las experiencias vividas a lo largo del libro no han hecho más que alimentar su frustración y desesperanza, volviéndolo si acaso más agresivo, más deshumanizado. Harlan Ellison, por el contrario, no puede menos que conceder a Rusty un final redentor, en el que sabemos que ha vencido por partida doble; en la acción de la novela y en su lucha interior. Web of the City se cierra con Rusty habiendo tomado la decisión de abandonar su barrio y yendo al centro de la ciudad con la esperanza de encontrar a una chica a la que ha conocido anteriormente en el libro, después de enterarse de la muerte de su hermana, y a la que ha tratado mal a su pesar, reconociendo su propia desesperación en la de ella: “Ella también estaba sola. Estaba sola y vacía y cansada y juntos quizás podrían encontrar ese algo inmaterial que él buscaba” (Ellison 1958:203).
En todo caso, sigue siendo en el aspecto formal donde las dos obras se distancian más la una de la otra. Y si en Duke –como ya señalé en el artículo dedicado al libro en este mismo blog– existía una tensión latente entre sus intenciones de retrato social y los sensacionalistas métodos de explotación de la industria del paperback en que la novela quedaba integrada, Web of the City se lanza de cabeza al universo del paperback con una narración íntegramente pulp y recurriendo a una estilización del lenguaje que es un signo inequívoco de su época. Estilización que en sus mejores momentos puede llegar a recordar a David Goodis (2), y en sus peores, a Mickey Spillane. De este modo, Harlan Ellison lleva el material por derroteros más adecuados al campo cultural en que su obra sería tanto producida como consumida.
La afición a los efectismos, al parecer, sería una constante en Ellison que iría incluso más allá de su trabajo y condicionaría su imagen como figura pública, aportándole una fama de personaje conflictivo y problemático. Él mismo llegaría a explicarlo de la siguiente forma en la entrevista concedida a Stephen King para el libro Danse Macabre:

“Mi trabajo está firmemente establecido para el caos. Me paso la vida, personal y profesionalmente, manteniendo la sopa en ebullición. Te llaman provocador cuando ya no eres peligroso; yo prefiero alborotador, descontento, desesperado… […] De tanto en tanto, algún denigrador o crítico ofendido dice de mi trabajo: ‘Ha escrito eso solo para impactar’. Yo sonrío y asiento con la cabeza. Precisamente” (3).
 
Harlan Ellison.

Notas:

(1) Un ejemplo de esto lo encontramos en el pasaje en que la madre de Rusty relata cómo se ha encontrado el cuerpo de su hermana Dolores:

“Violada, […]. Estaba bocabajo, en un sucio callejón, con un cubo de basura volcado sobre ella para ocultarla. Con tarrinas de helado vacías esparcidas encima… No lo sé. Ella estaba. Allí. Vi su cara. Estaba mojada. Anoche llovió. No lo sé. Su blusa estaba negra donde él hizo aquello con esa cosa. Con una navaja, supongo. Estaba negra…” (Ellison 1958:105).

(2) Ellison utiliza determinados recursos expresivos que suelen encontrarse también en la narrativa de Goodis, como es el uso de los colores, tanto para dar un enfoque impresionista a la acción como para insinuar el caos emocional del personaje. Por ejemplo, en la batalla entre los Cougars y los Cherokees, vemos que “El brillo de los filos de los cuchillos y el negro apagado de los revólveres estaba mezclado con el rojo de los rostros y el blanco de miradas fijas “ (Ellison 1958:83). Y más adelante, tras la debacle personal causada por la muerte de su hermana, Rusty sentirá que “Donde habían estado los sentimientos […] no quedaba nada salvo un remolino de colores” (Ellison 1958:103).
(3) Cita extraída de Wikipedia.


Bibliografía:

ELLISON, Harlan, Web of the City. Titan Books, sello Hard Case Crime 2013 (1958)
McINTYRE, Iain, Some Sketches of the Damned. The Early Pulp Fiction of Harlan Ellison, en el libro: VVAA, Girl Gangs, Biker Boys and Real Cool Cats. Pulp Fiction and Young Culture, 1950 to 1980. Edited by Iain McIntyre and Andrew Nette. PM Press, 2017

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