Héctor
Perazzo conduce un Alfa 147 de segunda mano, pierde dinero apostando
en el hipódromo y tiene su despacho de investigador privado cerca
del río Po. El protagonista y narrador de esta novela de Giorgio
Ballario –la primera, y esperamos que no la última, que ve la luz
en castellano de la mano de la cordobesa editorial Almuzara y gracias
a la traducción de Alberto Díaz-Villaseñor– es también como ese
Don’t Cry for Me Argentina cantado por Milva que escucha en
el coche mientras se dirige hacia el centro de Turín; un argentino
italianizado, hijo a su vez de italianos argentinizados. Si de
pequeño su madre, emigrada tras la segunda guerra mundial, le hacía
aprender de memoria las provincias y la geografía italiana para que
no olvidase sus orígenes, ahora que él mismo es un emigrado desde
hace casi tres décadas, se siente extranjero en ambos países. Como
señal de su pasado en la policía federal conserva una cicatriz en
el cuello, resultado de la cuchillada asestada por un atracador en
Buenos Aires, un detalle descriptivo a sumar a su melena de viejo
roquero y a los bigotes que le dan un aire a Charles Bronson (rasgo
característico éste compartido por otro personaje serial surgido de
pluma italiana, el Carlo Medina de Andrea Carlo Cappi). El
recordatorio de un mal prosaico y banal que, como tantas otras cosas,
marcará para él la diferencia entre una vida y otra, entre la
ciudad que dejó al otro lado del océano y la que ahora transita a
diario como ciudadano y foráneo a partes iguales.
Pero,
en cualquier caso, la Turín que Héctor conoce no constituye tampoco
una identidad férrea y nítidamente definida, sino una ciudad
transformada por los nuevos tiempo
s
pero en cuyo seno perviven todavía elementos que tratan de aferrarse
a los viejos modelos de vida. O a tradiciones ya marchitas,
como las de esos “Irreductibles” playboys de la añeja clase alta
que bajan al bar al pie de la colina para aferrarse a gestos
repetidos hasta el desgaste, para los que “el aperitivo en el Gran
Bar era su certeza, un bote salvavidas en el cual permanecer a
resguardo en los momentos buenos y malos de la existencia”.
El
viejo edificio de viviendas donde se halla la agencia de Héctor
estuvo años atrás habitado por familias de pescadores;
“Después los peces desaparecieron del río y los pescadores
también. Y el antiguo barrio popular se había transformado en un
distrito de lujo […]. Las calles se habían llenado de tiendas
elegantes y de SUV todoterreno aparcados sobre las aceras, pero en
algunos recovecos de la zona de Borgo Po resistían ciertas
callejuelas apenas afectadas por el tiempo y casitas que no se habían
transformado todavía en lofts de lujo”.
Cuando
se nos describe el Quadrilatero Romano, la zona más antigua de la
ciudad, el cambio operado ha sido aún más drástico y problemático.
El barrio no solo se salvó de la degradación a costa de
transformarse en una suerte de Disneylandia para niños pijos, sino
que además se convirtió en “el paraíso de lo promotores
inmobiliarios subalpinos, que, tras echar a las putas y a los
inmigrantes, han revendido a precio de oro los apartamentos que han
incrustado dentro de los viejos edificios del siglo XVII”.
El
mismo Héctor Perazzo parece así un resultado de dicho cambio al
tiempo que una figura atrapada en él, un personaje que se ha de
mover en ambos mundos, el nuevo y el viejo, a medio camino entre el
recién llegado y la figura crepuscular, o recurriendo a la metáfora
del título, entre aquel Buenos Aires abandonado y
ese Turín que no es.
Al
aceptar el encargo de buscar a Linda, la peruana de 19 años, sin
permiso de residencia, cuya desaparición su madre no se atreve a
denunciar por temor a que la expulsen de Italia, Héctor se ve
obligado a escarbar más a fondo en
una
ciudad que ya es su territorio pero que quizás aún no conoce
tan bien como creía. Porque bajo la superficie del gris paisaje
urbano dominado por la majestuosidad ecléctica de la Mole
Antonelliana, Turín presenta distintos niveles. Primero está el que
Héctor ya ha recorrido infinidad de veces en su labor de sabueso; el
de la marginalidad con sus miserias cotidianas, la prostitución
extracomunitaria, la inmigración que malvive a duras penas arañando
los despojos de una sociedad que apenas ofrece alternativas ni
protección. Ese Turín no presenta para el detective mayores
sorpresas que las ya predecibles. Pero cuando la investigación
parece estancarse y una pista fortuita lo atrae hasta Saluzzo, en la
provincia de Cuneo, una segunda imagen del Piamonte comienza a
revelarse.
De
la Turín terrenal y prosaica, Giorgio Ballario nos adentra entonces
en la Turín ocultista, la de los adoradores de Satán, la ciudad que
ya en el siglo XIX se ganó el título de ciudad del diablo, vértice
de dos triángulos: “el triángulo de la magia blanca, junto con
Praga y Lyon, y el de la magia negra con Londres y San Francisco”.
Así, la novela se desdobla al transitar de una cara a otra del
Piamonte, al pasar de la realidad visible a la de las sociedades
ocultas que, al amparo de la clandestinidad y de la protección de
figuras poderosas, se constituye en salvaguarda de otra clase de mal,
más oscuro, ligado a creencias ancestrales y a ritos que han
sobrevivido en secreto a lo largo de los años, inmunes al humo de
las fábricas y a las cadenas de montaje, y
que encuentra en las oleadas de inmigrantes una fuente de víctimas
idóneas.
En
paralelo al desarrollo de su material argumental, también
Turín
no es Buenos Aires –que ya hay quien
ha
definido como
Spaghetti Noir– parece moverse
estilísticamente entre dos subgéneros. Haciendo la comparación con
el tratamiento recibido por la ciudad en el cine, se diría que
Ballario pasa del
poliziesco al
giallo que pone un pie
en el
horror all’italiana, de la crudeza y el feísmo urbano
del
Torino violenta (1977) de Carlo Ausino, a la atmósfera
tenebrista, decadente, de malignidad metafísica, del
Rojo oscuro
(
Profondo Rosso, 1975) de Dario Argento, director al que no en
vano se menciona dos veces a lo largo del libro.
El
mal, en todo caso, nunca termina de abandonar el plano terrenal, y
como Perazzo sabe bien “no necesita tramas demasiado complicadas
para manifestarse. Casi siempre se esconde detrás de personajes
aparentemente normales, que llevan vidas tranquilas y son mediocres
incluso al cometer crímenes horrendos”. Pero aun así, la
resolución del caso no dejará de comportar para el investigador la
constatación de que “Definitivamente, Turín no es Buenos Aires,
en nuestro país el mal es mucho más pedestre: narcos, militares
criminales, terroristas asesinos, pistoleros callejeros”. Y de que,
efectivamente, tampoco en su nueva ciudad los desaparecidos son como
los de la vieja, “Gente eliminada por motivos políticos, hecha
desaparecer de la nada como si se la hubiera tragado la tierra”.
Buenos
Aires o no, la novela de Giorgio Ballario proporciona, más allá de
su bien hilada trama detectivesca, un apasionante acercamiento a la
capital del Piamonte en sus múltiples facetas. Al leerla uno casi
puede imaginarse cogiendo el tranvía número 3 al pie de la colina,
cruzando el puente sobre el Po y dejando pasar las paradas hasta
Porta Palazzo. Un trayecto que bien merece la pena, aun a riesgo de
que nos roben la cartera.
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Giorgio Ballario
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Bibliografía:
BALLARIO,
Giorgio, Turín no es Buenos Aires. 2021. Título original:
Torino non è Buenos Aires. Traducción: Alberto Díaz-Villaseñor.
Editorial Almuzara. Córdoba. 2023
Genial crítica. Muy bien retratada la novela.
ResponderEliminar¡Gracias!
EliminarHombre, pero no hagas spoiler desvelando lo de las sectas, es facil concluir que la dwsaparicio va por hay
ResponderEliminarHe procurado no hacer ningún spoiler.
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